Clarín

Saúl, el gay que cambió la lucha libre

Es el personaje central del documental “Cassandro, el Exótico!”, y aquí se transformó en un ídolo popular.

- Gaspar Zimerman gzimerman@clarin.com

Tal vez Cassandro, el Exótico! no se lleve ningún premio de Mar del Plata, pero es difícil que alguien le gane en popularida­d a su protagonis­ta, Saúl Armendáriz, profesiona­l de lucha libre mexicana. Antes de la proyección, entra al escenario del Auditorium con botas de taco aguja, pantalón ajustado, suéter con brillos. Recibe aplausos, pero después de la película se ha convertido en Maradona: todos -viejos, jóvenes, hombres, mujeres- lo abrazan entre lágrimas, le piden fotos, le convidan mate.

El documental de la francesa Marie Losier, incluido en la Competenci­a Internacio­nal, retrata cuatro años de la etapa final de la carrera de Saúl, amenazada por las lesiones y, también, por el alcohol y las drogas. Es una historia que se remonta a 1989, cuando su irrupción en los cuadriláte­ros como Cassandro cambió el statu quo de una actividad donde a los gays se los conoce como “exóticos” y se les reservaba el lugar de bufones: “Era un deporte de machos: llegué yo y lo hice de macho menos”.

Su socio en la reivindica­ción de los luchadores homosexual­es fue Pimpinela Escarlata: “Los exóticos eran la burla de la gente. Se la pasaban agarrando a los compañeros, al público, besando por todos lados. Cayeron en la vulgaridad. Nosotros decidimos que del vestuario al cuadriláte­ro era nuestro momento femenino, de brillar y jotear, y que en cuanto nos subíamos al ring jugaba nuestra dualidad: lo macho”.

En las veladas de combate, a Cassandro se lo anuncia con I Will Survive como banda de sonido. Entra con una bata con cola larga, inspirada en el vestido de casamiento de Lady Di. A diferencia de sus colegas, no usa máscara. Antes de salir a pelear se maqui- lla, se perfuma y se peina; usa mallas de lycra cavadas y botas.

“Cuando debuté me pusieron máscara, pero no me sentía yo. Me gritaban marica, joto, y decidí ser lo que soy. Invertí en maquillaje, agarré los vestidos de quinceañer­a de mi hermana y los corté. Mi presencia fue evoluciona­ndo: hoy tengo mi propia identidad con traje de plumas, brillantin­a, los swarovskis. Hoy uso mi cuerpo y mi cara como activista, para que cada uno sea libre de ser quien quiera”.

Para un luchador, perder la máscara es grave. A falta de una, Cassandro apostó su cuidada melena y la perdió tres veces: “Son trofeos para los otros: la cabellera queda en la vitrina. Es muy humillante que te rapen en el medio del ring”. En la película se lo ve mirándose al espejo, amargado por haber perdido el pelo a manos de Peluchín Maldad: “¡Parezco una machona, una lesbiana! Pedí que me hicieran las cejas: por más que ame a los hombres, no puedo verme como uno de ellos”.

De todos modos, no deja de ser un problema leve: “La lucha puede ser falsa, un teatro, pero llega el momento donde el ego y la arrogancia se meten en el ring. Ahí es donde ya nada es coreografi­ado. Ahí es donde nos rompemos huesos, corre sangre y suceden accidentes. A mí se me han muerto compañeros en el ring y en el vestuario”.

Losier muestra a Cassandro haciendo piruetas en el ring y también en muletas, reponiéndo­se después de una de sus ocho cirugías. Como el de Mickey Rourke en El luchador, su cuerpo de 48 años está lacerado por los combates: “Lo peor que me pudo haber pasado es la lucha libre, lo más bendito que he hecho es la lucha libre. Fui un niño abusado, y en el ring me di cuenta de que tenía valor, garra y coraje para superarlo sin estar resentido con el mundo. En la lucha libre encontré mi voz, y no me voy a callar”. ■

 ?? FABIÁN GASTIARENA ?? En Mardel. Saúl (o Cassandro) sufrió 8 operacione­s. Lucha sin máscara.
FABIÁN GASTIARENA En Mardel. Saúl (o Cassandro) sufrió 8 operacione­s. Lucha sin máscara.

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