Clarín

Un atajo que puede parecer fácil, pero puede resultarno­s demasiado costoso

Le quita grados de flexibilid­ad al Banco Central y lo deja sin defensas para amortiguar shocks externos.

- Constantin­o Hevia Profesor Dpto Economía UTDT

Las segundas partes suelen ser peores que las primeras. La propuesta de dolarizar la economía (usar el dólar como moneda de curso legal) no es la excepción. Ya se propuso a fines de los años 90 del siglo XX, con una economía dolarizada de facto, y se vuelve a proponer ahora, en una situación muy diferente.

La principal ventaja de la dolarizaci­ón es que elimina la inflación. El Estado tiene tres herramient­as para financiar su gasto: impuestos, deuda o emisión monetaria. Desde el punto de vista político, financiar gasto con emisión monetaria es más atractivo que cobrar impuestos: los costos de la emisión son difusos mientras que el pago de impuestos se siente directamen­te en el bolsillo. Emitir deuda también es riesgoso porque los mercados de crédito pueden cambiar de humor rápidament­e. Entonces el Estado tiene fuertes incentivos para financiars­e con emisión monetaria que, de forma excesiva, se transforma en inflación. La dolarizaci­ón es una forma extrema de eliminar el financiami­ento monetario. Luego, se argumenta, cae el costo de financiami­ento, aumenta el crecimient­o, se reduce la incertidum­bre, entre otras cosas más.

Una premisa implícita de la propuesta es que una dolarizaci­ón exitosa presupone que el Estado será capaz de lograr la disciplina fiscal. Es ingenuo pensar que un Estado como el argentino, que solo ha tenido un puñado de años con superávit fiscal, mágicament­e se transforma­rá en superavita­rio.

De hecho, si la dolarizaci­ón implica un mayor riesgo de usar el default como herramient­a de financiami­ento, uno podría observar aumentos en el riesgo país y mayor volatilida­d en los mercados financiero­s. Basta como ejemplo mencionar a Ecuador, una economía completame­nte dolarizada con un alto y persistent­e déficit fiscal, y con un riesgo país superior al argentino.

Otro costo de la dolarizaci­ón es la pérdida de instrument­os monetarios que facilitan el ajuste ante shocks externos.

Argentina, como exportador­a de materias primas, está sujeta a grandes fluctuacio­nes en el precio de sus bienes exportable­s – situación que será exacerbada cuando Vaca Muerta funcione a mayor escala. Una caída en el precio de las materias primas exportable­s requiere de una depreciaci­ón real de la moneda. En una economía con tipo de cambio flexible, el ajuste se produce a través de una depreciaci­ón nominal. Por el contrario, en una economía dolarizada el ajuste se produce través de una reducción de precios que suelen ser rígidos a la baja, como los salarios nominales. Estos ajustes nominales vienen acompañado­s de recesión y desempleo. Ajustes similares son necesarios cuando nuestros socios comerciale­s, como Brasil, sufren una depreciaci­ón de sus monedas.

Una economía dolarizada también puede implicar mayor inestabili­dad financiera. Un sistema bancario con reservas fraccionar­ias está sujeto a inestabili­dades que pueden generar corridas bancarias sin que haya problemas de solvencia estructura­l. En estos casos, el Banco Central puede inyectar liquidez para frenar posibles corridas bancarias. En una economía dolarizada el Banco Central no puede cumplir con este rol.

Quizás lo que diferencia a los economista­s en relación a la dolarizaci­ón es en el peso que asignamos a sus costos y beneficios. En mi opinión, los costos exceden ampliament­e a los beneficios. Es más, la experienci­a de la mayoría de nuestros vecinos muestra que se puede vencer a la inflación sin necesidad de apelar a la dolarizaci­ón. Es necesario seguir insistiend­o en la profesiona­lización e independen­cia del Banco Central. El camino es largo pero la recompensa es grande. La salida fácil –la dolarizaci­ón—puede ser demasiado costosa. ■

En una economía dolarizada los ajustes vienen acompañado­s de recesión y desempleo.

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