Los nuevos repartidores “low cost”: llevan desde remedios hasta comida por $ 50 el viaje
Los contactan a través de apps. La mayoría va en bicicleta, pero también en moto o rollers. No tienen lugar donde parar o ir al baño. Y hasta se pagan su uniforme.
Aparecen al mediodía. Van vestidos de naranja eléctrico o con una caja amarilla sobre la espalda; en rollers, arriba de motos y bicicletas. Son mensajeros. Transportan una hamburguesa, un medicamento, un paquete de cigarrillos o documentos. Siempre apurados, con la atención puesta en el celular. Una aplicación es el único contacto con las empresas de pedidos online que los convocan y los presentan como la versión más moderna del delivery.
Para estas compañías no son empleados sino colaboradores, y no trabajan sino que “hacen favores”. Hasta hace muy poco a cada mensajero le cobraban la caja para llevar la mercadería, el uniforme y una batería extra para el celular.
“Lo hicieron hasta que decidimos alzar la voz”, explica Roger Rojas, mientras recorre las calles de Belgrano en su moto, a la espera de que le llegue un pedido. Es uno de los delegados de los cadetes de Rappi, una empresa colombiana de delivery online que llegó a Buenos Aires en marzo y ya tuvo una huelga, la primera en el país organizada por trabajadores de aplicaciones.
Fue unas semanas atrás y frente a las oficinas de la firma en Villa Crespo. Alrededor de 90 repartidores se reunieron para pedir cobertura de riesgos de trabajo, transparencia en la asignación de los repartos y un aumento en el valor de cada viaje, que entonces estaba a $ 35 y pasó a $ 50, más propina. Ahí, entre el grupo, estaba Rojas, venezolano, como tantos otros "rappitenderos" -como ellos mismos se llaman-. La mayoría son jóvenes: el promedio de edad entre los argentinos es de 20 años y entre los inmigrantes, de 30.
La medida de fuerza consistió en activar la aplicación pero no responder a los pedidos, durante 16 horas.
Las jornadas se componen de dos franjas pico: de 12 a 15 y de 18 hasta la medianoche. Son las tres de la tarde y frente al Recoleta Mall hay 12 personas, todas vestidas de naranja flúo. En la zona, una decena de locales gastronómicos hacen delivery a través de Rappi. Parados en ronda o sentados en un muro, sin baño ni lugar donde estar, los mensajeros esperan que sus celulares suenen. Cuando eso pase, subirán rápido a su bici y se perderán por Junín o Vicente López.
“Empecé hace tres horas y todavía no tuve ni un reparto. Ayer, en todo el día, hice tres y saqué $ 180. Antes de la actualización de la app, por la misma cantidad de horas hacía $ 600, y si extendía la jornada podía llegar hasta los $ 1000 diarios”, dice Mario.
A su izquierda, apoyada sobre un cantero, está su bicicleta. El vehículo -el que sea- siempre lo pone el mensajero. Al igual que el celular y el paquete de datos necesario para estar conectado a la plataforma.
Mario, como Roger Rojas y como la mayoría de los repartidores que hacen posta en el Recoleta Mall, es venezolano. Llegó a la Argentina solo y con la esperanza de traer a su familia. "El trabajo cayó mucho y estamos a ciegas. No podemos proyectar cuánto vamos a hacer en el día, ni en el mes. Todo es incertidumbre, y mientras tanto nos ponemos nerviosos porque no podemos decirle al que nos arrendó un alquiler ‘mira, este mes no tuve suerte’”.
Rappi y Glovo, una compañía española que ofrece el mismo servicio y es su principal competidora en Buenos Aires, tienen su ganancia en los
convenios que firman con otras empresas, a las que le tercerizan el servicio de delivery. Otras empresas, en cambio, prefieren contratar a otras firmas de mensajería, como PedidosYa, que tienen un vínculo más formal con los empleados. Los mensajeros, por su parte, se quedan con todo lo que obtienen por el traslado.
El campo de acción es la economía de plataformas. Se trata del mismo
modelo del que se alimenta Uber y que se autodefine como un servicio de “comunicación o nexo” entre prestadores y clientes. Sin empleados, tan sólo socios autónomos. Empezar a trabajar en estas empresas es muy fácil: hay que presentar el DNI o, en el caso de los inmigrantes, la constancia de ciudadanía en trámite y hacer una capacitación de unas horas.
“Las compañías hablan de vacío legal o de un tipo de negocio moderno que plantea nuevas discusiones. Pero lo que tiene que quedar claro es que para este tipo de contratación ya existe un marco regulatorio que sale del ENACOM y que rige la actividad a través de una ley”, dice Marcelo Pariente, secretario general de la Asociación Sindical de Motociclistas Mensajeros y Servicio (ASIMM).
La entidad denunció a Kadabra S.A. -la razón social de Glovo- en el Ministerio de Trabajo y en el ENACOM. Hizo lo mismo con Rappi, pero ante el Ministerio. Aún no hubo respuesta.
Clarín también intentó comunicarse con ambas empresas, sin éxito.w