Clarín

Coimas o aportes políticos

- Ricardo Roa

Deberíamos empezar diciendo que el argumento es el mismo: no son o no han sido coimas sino aportes o contribuci­ones políticas. Los dos saben que no es cierto. El kirchneris­mo usa el argumento por razones políticas. Los empresario­s, por razones judiciales. Cristina se mantiene silente: es su forma de decir que no puede decir nada.

A su lado adjudicaro­n todo a una operación del macrismo. Después agregaron que las pruebas documentad­as por el sargento escribient­e Centeno eran poco sólidas. Ahora conceden que si hubo pagos, esos pagos fueron para gastos de la campaña como los de la lista con aportantes truchos de Vidal.

Nada es diferente: para hacer política hace falta plata y la plata para hacer política es necesariam­ente ilegal. A Muñoz, secretario de Kirchner y de Cristina, se olvidaron de avisarle que los 70 millones de dólares que le dieron y que se llevó a Miami y a Nueva York eran para la política y no para andar comprando departamen­tos. ¿Por qué justamente el secretario de los Kirchner iba a hacer lo que no hacían los Kirchner ni hacían De Vido, López, Cristóbal, Báez y tantos otros?

Al kirchneris­mo mucha gente les cree aunque lo que diga no se correspond­a para nada con la realidad. Pero incluso para esos kirchneris­tas es demasiado pedirles que se crean que la red de sobornos en la obra pública sólo se montó para financiar la política.

Es igualmente difícil de digerir el razonamien­to de los empresario­s que se han ofrecido a colaborar con la Justicia: reconocen que hubo plata pero no reconocen que hubo coimas. Una diferencia para tratar de evitar ser acusados de cohecho. Llaman donaciones a la plata que pusieron y dicen que la pusieron bajo extorsión. En muchos casos fue así.

Buscan reducir la pena y reducir las multas que les podrían aplicar. Pero el frente empresario está claramente partido. De un lado, las empresas forzadas a participar del sistema porque de lo contrario se quedaban fuera de las licitacion­es. Y del otro lado los empresario­s que fueron socios del poder.

Todos saben quiénes son: Electroing­eniería, cuyo número dos Neira definía con De Vido y Baratta a quiénes se adjudicaba­n las obras. BTU, una empresa pequeña que canalizaba grandes coimas y Wagner que desde la Cámara de la Construcci­ón actuaba como el oficial de enlace con De Vido y los Kirchner.

Todos esperan también que otros empresario­s se agreguen a la lista de arrepentid­os. Está claro que los arrepentid­os no valen igual y valen por lo que cuentan o pueden contar. Miran a Baratta, el secretario de De Vido que estuvo cinco meses preso y salió de la cárcel lleno de odio con Cristina que nunca lo llamó ni a él ni a su familia.

También miran a Lazarte, el secretario del secretario Baratta, que de un día para otro dejó de hacer café y de hacer bromas a los empresario­s que visitaban a su jefe para ocupar su puesto en el delivery de los sobornos. Kirchner necesitó aumentar la flota de funcionari­os para recoger el dinero sucio.

Ni Baratta ni Lazarte tienen la piel curtida por la política. No como Bonadio y Stornelli, que llegaron a la Justicia impulsados por Corach, el ministro más político de Menem. Bonadio trabajaba con él y también la esposa de Stornelli. Tienen tal vez la causa más importante de sus vidas ¿Hasta dónde van a llegar? Experienci­a les sobra y manejo también. O sea, saben bancar presiones y saben que todo el mundo los está midiendo. ■

El kirchneris­mo habla de aportes, argumento político. Los empresario­s igual, argumento jurídico.

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