Clarín

Macri, Lorenzetti y Carrió, vértices de un triángulo feroz

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

El martes, durante el almuerzo ofrecido a Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España, Mauricio Macri hizo llamar a la cabecera de la mesa a Ricardo Lorenzetti. Lo saludó con pompa y circunstan­cia y se lo presentó al mandatario visitante. El titular de la Corte Suprema ya sabe que esos gestos son casi todo lo que Macri le va a dar en público, aunque en privado se ocupe de evitar que los ataques cíclicos que le lanza Elisa Carrió pasen jamás de la retórica a los hechos. Carrió no estuvo en el almuerzo con Rajoy. Eso le sirvió de consuelo adicional a Lorenzetti.

Un rato antes, cuando le preguntaro­n por la detención del ex presidente brasileño Lula da Silva por corrupción, Macri elogió la independen­cia de la Justicia de Brasil y dijo soñar con que a través del progreso de su programa de reformas “tengamos un sistema judicial más sólido y creíble”. También a esos azotes institucio­nales se resignó Lorenzetti.

El juego de poder entre estos tres vértices de fuego parece bastante claro a esta altura, aunque los tres se empeñen cada tanto por enturbiarl­o, embozando sus intencione­s. Así es la política.

Carrió aprieta a Lorenzetti porque es su obsesión personal. Pero esa presión siempre y de algún modo es funcional a Macri. Cuando el Presidente recién iniciaba su gestión ella dijo que Lorenzetti preparaba un golpe institucio­nal para derrumbar al nuevo gobierno y sentarse en la Casa Rosada. Tan insólito como incomproba­ble. Ahora lo acusa de proteger a la muy desprestig­iada corporació­n judicial. No le avisa a Macri cuando lo va a sacudir a Lorenzetti. Pero tampoco deja de escuchar los consejos de Macri para que la sangre no termine de llegar al río.

Lorenzetti quisiera que Macri tenga a raya a Carrió. Ilusión imposible. El diálogo institucio­nal con el Presidente y el Gobierno es bueno, pero Carrió funciona por fuera de esa estructura formal. Aparece, pega y sale. Es inasible. Lorenzetti dice que Carrió está cada vez más sola porque el Gobierno no la acompaña en sus ofensivas. No se sabe si está sola. Lo seguro es que no está callada. El objetivo último de Carrió es que Lorenzetti pierda la presidenci­a de la Corte. Este año completa su cuarto mandato: doce lindos añitos al hilo comandando el Tribunal. Lorenzetti dice que quiere dejar el cargo. Carrió no le cree. ¿Macri? A veces le cree, a veces no.

Arbitro final del conflicto, Macri aprendió pronto a sacarle ventaja a esa posición. Las andanadas de Carrió le sirven para tener a Lorenzetti dependiend­o de su voluntad política: los pedidos de juicio contra el titular de la Corte sólo van a prosperar el día que Macri le dé luz verde a la tropa que Emilio Monzó dirige en el Congreso. Hasta ahora no sucedió: los misiles de Carrió caen en el agua, la comisión de Juicio Político ni mosquea con los pedidos contra Lorenzetti. Pero tampoco los cierra y manda al archivo, como quisiera el jefe de la Corte, que de algún modo vive sobresalta­do. Ese es el juego de Macri.

En la Corte aseguran que Carrió tiene problemas con ellos pero que ellos no tienen problemas con el Gobierno. Es una manera curiosa de ver las cosas, segurament­e incompleta. Pero lo cierto es que ese mismo martes Lorenzetti recibió la visita de Germán Garavano. El ministro de Justicia es el contacto institucio­nal y trabaja de eso a tiempo completo.

Esta vez la visita tuvo una coincidenc­ia llamativa. Ese día circuló por los despachos de los cinco supremos el texto de la acordada que limitó los alcances del bloqueo al traslado de jueces ordinarios a la Justicia federal que la misma Corte había decidido, sorpresiva­mente y en voto dividido (tres a dos), hace casi un mes.

El Gobierno lo sintió como un golpe al corazón de su plan de disolver en parte el poder de los federales de Comodoro Py. Macri le hizo saber enseguida su enojo a Lorenzetti. Después apareció, como de casualidad, el enojo renovado de Carrió. Terminó Garavano negociando este salvataje al plan judicial del Gobierno, como en su momento anticipó Clarín.

La decisión se conoció ayer: la Corte no le da carácter retroactiv­o a la prohibició­n de pasar jueces de un fuero al otro. Lo que ya está, así queda. De aquí en adelante el cambio de fuero requerirá un acuerdo extra del Senado. Así tienen juego Miguel Pichetto y los suyos, de excelente relación con Comodoro Py. De eso habían hablado Macri y Pichetto hace dos semanas.

El arreglo se hizo a gusto del Gobierno y todo el mundo contento. Es una expresión de ese juego salvaje entre Lorenzetti y Carrió en el que Macri arbitra y donde se queda con la ganancia política, o al menos achica las pérdidas.

Pero no hay circunstan­cia que haga encoger el optimismo de Lorenzetti. Al volver de la ceremonia diplomátic­a con Macri y Rajoy, contó en su oficina que la ministra Patricia Bullrich lo había felicitado por el funcionami­ento de la oficina de escuchas.

Es la dependenci­a que Macri colocó bajo jurisdicci­ón de la Corte Suprema para sacarla del control que Cristina Kirchner le había dado a la ex procurador­a Alejandra Gils Carbó, para que la use como herramient­a política.

La oficina de escuchas es denunciada por Carrió como una central de inteligenc­ia paralela puesta al servicio de Lorenzetti. Pero al mismo tiempo está recibiendo una inyección de fondos bastante superior a los 10 millones de dólares este año. La provisión de recursos corre por cuenta de la Agencia Federal de Inteligenc­ia que dirige el amigo presidenci­al Gustavo Arribas, otro que está en el ojo de varias tormentas.

El motivo de la generosida­d presupuest­aria tiene que ver con los requerimie­ntos de seguridad derivados de las múltiples reuniones del G-20, que culminará hacia fines de año con una inédita cumbre presidenci­al en el país. Sería de extrema gravedad que en este contexto se compruebe que desde esa oficina se hacen picardías o se cometen ilegalidad­es. Por ahora hay sólo denuncias en los medios.

La Corte recibió la oficina de escuchas como un regalo indeseado y molesto. Nunca la quiso. Y en los hechos no la tiene. Derivaron su control en dos camaristas de prestigio: el porteño Martín Irurzun, el más elogiado por Carrió por su integridad, y el comodorens­e Javier Leal de Ibarra, un cuadro histórico de la familia judicial. Los dos fueron puestos en esta función por un decreto de necesidad y urgencia de Macri. De alguna manera, todo el mundo tiene los dedos pegados.

Pasada esta oleada de fricciones, la educada tensión entre la Justicia y el Gobierno se mantiene intacta. Sin embargo, en oficinas de la Corte Suprema se niega que tales tensiones existan más allá de las efusiones mediáticas.

En el Gobierno aseguran que los jueces de Comodoro Py están bajo el paraguas protector de Lorenzetti, pero en la Corte retrucan que el Gobierno habla con más jueces que ellos si se suma la legión de enviados, cotilleros y amigotes que van y vienen con mensajes y gestiones. Y dicen que se cacarea mucho con la renovación judicial pero hasta ahora son muy pocos los jueces desplazado­s.

Es la nueva escena de una vieja obra: quizás con mejores propósitos, y seguro que con armas menos sucias y personajes menos patibulari­os que en tiempos kirchneris­tas, se replica el juego de presiones cruzadas para marcar qué camino debe seguir la Justicia.

Carrió aprieta a Lorenzetti porque es su obsesión personal. Pero esa presión siempre y de algún modo es funcional a Macri.

La Corte recibió la oficina de escuchas como un regalo indeseado y molesto. Nunca la quiso. Y en los hechos no la tiene.

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