Clarín

Corsos porteños modelo 2018: un festejo popular que resiste al paso del tiempo

Los históricos, como Boedo y Villa Urquiza, reúnen más gente. Perduran las guerras de espuma y en algunos no venden alcohol. En las murgas bailan 5.000 personas.

- Especial para Clarín Nahuel Gallota

“¿Ves? Esto es el carnaval…”, dice Sebastián Fossaceca, uno de los organizado­res del corso de Villa Devoto, y señala a los grupos de chicos corriendo y jugando con- la espuma, a los papás que hacen fila para comprar una hamburgues­a o un choripán, a los vecinos que se saludan, a las familias que llegan con las viandas y comen sobre el pasto. “Las murgas acompa- ñan; pero el Carnaval es el ambiente familiar”, agrega.

Son las ocho de la noche del sábado y la primera parada de la recorrida de Clarín por los corsos porteños es en la plaza Ricchieri. En toda la Ciudad, durante febrero hay 30 opciones en los barrios: 102 murgas, integradas por unos 5.000 vecinos, protagoniz­an un festejo del que, cada año, participan entre 1 y 1,2 millones de personas en todo el mes.

El lugar parece ideal para un corso de barrio. No cortan la calle, hay una canchita de fútbol, una calesita, juegos. Los vecinos llegan en familia y comen sobre las mesas de la plaza. Otros se tiran sobre el pasto. No faltan las reposeras o sillitas.

Los únicos que tiran la bronca son los que viven en los edificios de la vereda de enfrente, sobre Beiró, por los ruidos. La primera murga es de Palermo, la segunda de La Paternal, la tercera de Monserrat. Entre presentaci­ón y presentaci­ón, el DJ pasa temas del cuartetero Ulises Bueno.

Fossaceca dice que el público que está sobre las vallas sí es amante de las murgas. Son fanáticos que vienen cada año. “Llegan tempranito y colocan las sillitas, como guardando el lugar. Para muchas familias es un buen plan: arman una vianda, compran dos espumas para los nenes e hicieron algo distinto con poca plata”.

En Villa Urquiza el corso es sobre Triunvirat­o, desde Olazábal hasta Monroe. Sus organizado­res le cuen- tan a Clarín que los picos son de 6.000 personas. A diferencia del de Devoto, aquí llegan vecinos de distintos barrios. Miguel Ángel Aguirre, el animador del corso, dice a cada rato que el evento fue elegido como el mejor del carnaval pasado.

Hay vecinos de Urquiza, de barrios vecinos y otros que cruzaron la General Paz. También se sienten tonadas venezolana­s y colombiana­s. Hay familia con banquetas y bolsas térmicas para las gaseosas y cervezas. A los jubilados y discapacit­ados se les asignó un lugar especial.

Acá los locales son los Fantoche. El director de la murga se llama Ángel “Banana” Fontana. Tiene 60 años y empezó a los 4. Lo primero que hace es enumerar a los barrios más murgueros: Saavedra, Urquiza, Palermo, Abasto, Almagro. “Acá, en el barrio, ya había corsos en la década del 30”, afirma. “Sobre Triunvirat­o comenzaron en los 80. Y nosotros los organizamo­s desde 1997. Llegamos a tener diez murgas del barrio”.

Para Fontana el corso de Urquiza es tradiciona­l por varios aspectos: por el fácil acceso, y porque no está identifica­do con ningún club de fútbol y eso hace que puedan tocar todas las murgas. Otra que cuenta a favor es que tanto los vendedores como los de seguridad son vecinos. “Prohibimos la venta de alcohol. Si encontramo­s a

alguien tomando le pedimos que se vaya a la vuelta. El corso es familia”.

“…Vengo del barrio de Boedo/ barrio de murga y carnaval…”, cantan los hinchas de San Lorenzo cada fin de semana. Es casi la medianoche y las cuatro cuadras del corso de la avenida Boedo son un ejemplo de lo que afirman en ese canto. Mientras sobre el asfalto suenan los cerca de 50 bombos de “Los Chiflados de Boedo”, se hace difícil caminar por las veredas, por la cantidad de gente, y porque hasta los grandes juegan a tirarse espuma. Hay espuma hasta en las fachadas de los comercios. Los nenes están como locos: corren y se agarran y se esconden atrás de lo que sea para no ser bañados en espuma. No hay uno que esté con el celular.

Andrés está a metros de la esquina de Estados Unidos y Boedo. Vino con la mujer, su hija, su yerno y sus nietos. En total son siete. Son de Villa Fiorito. “Hace más de cinco años que vengo. No falto un solo día; tengo algunos corsos más cerca de casa, pero acá me siento más seguro. Noto seguridad y puedo estar tranquilo por mis nietos”, le dice a Clarín en “su lugar”: pegado a un cartel de publicidad. Aquí, cada noche, coloca cuatro sillas, una mesita de plástico donde apoya una picada y una cajita de telgopor en la que guarda una botella de fernet y una gaseosa de segunda marca. A la vuelta, sobre Estados Unidos, hay otra mujer con sus hijas. Y a treinta metros otra familia disfruta del mismo ritual, delante de una camionetit­a utilitaria. Como en las viejas épocas, donde todo se hacía en la calle y no existían los celulares. Como si el tiempo, por algunas noches, no hubiera pasado.

 ?? COSTANZA NISCOVOLOS ?? Barrio murguero. El corso de San Juan y Boedo es uno de los más tradiciona­les de la Ciudad, y lo visita incluso gente que llega desde el Conurbano.
COSTANZA NISCOVOLOS Barrio murguero. El corso de San Juan y Boedo es uno de los más tradiciona­les de la Ciudad, y lo visita incluso gente que llega desde el Conurbano.

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