Clarín

Esas comidas que nos hacen argentinos

El locro sólo está en el folclore y la empanada está en pleno cambio, analiza el autor de "Filosofía Gourmet".

- Patricia Suárez seccioncul­tura@clarin.com

Parece que la picada no ha sido inventada al calor de un picnic aquí y ahora sino en tiempos de Homero, siglo VII antes de Cristo. Y que el locro tan tan típicament­e argentino no es. Datos como estos aparecen en Filosofía gourmet: apuntes para una gastrosofí­a rioplatens­e, un libro de Mariano Carou.

“Creo que la identidad de cualquier pueblo se puede analizar en torno a la comida, aun cuando ese pueblo tenga una gastronomí­a pobre. Cuando la riqueza es tan grande, muestra mucho más la comida que la producción literaria o los bienes culturales ‘canónicos’, por así decirlo, porque tiene más llegada”, analiza este licenciado en Letras, nacido en Buenos Aires en 1969. “En todo el país se comen empanadas, de Ushuaia a La Quiaca, pero no en todas partes se escucha la misma música, y sobre todo es difícil encontrar algo tan cotidiano, tan a la mano, como la comida. Que tomemos mate en Mendoza y apenas cruzás a Chile ya casi no se lo tome es un símbolo: Mendoza está más cerca de Santiago que de Buenos Aires, pero hay algo que se ingiere, algo que entra por los ‘sentidos inferiores’ (gusto, tacto, olfato) que dice mucho más de nosotros que la obra completa de Borges o de Juan L. Ortiz.”

La escritura de Carou es amena, al punto que el lector comienza a sentir un poco de hambre. En el país existe material sobre el tema: sus autores no son chefs sino historiado­res, periodista­s, críticos de cine, sociólogos, antropólog­os como Felipe Pigna, Daniel Balmaceda,Víctor Ego Ducrot, Soledad Barruti, Raquel Rosemberg, Mariana Koppmann, Nicolás Artusi, Javier Porta Fouz. Con ellos el lector aprenderá, por ejemplo, cuándo tomó helado por primera vez San Martín, cómo no hacer volar la cocina por los aires cuando ponemos algo en el fuego, cómo condimenta­ba la salsa un jefe de la mafia, cuándo nació el helado de crema del cielo y en qué heladería de Buenos Aires se vendía.

Mariano Carou abordó en su libro los platos tradiciona­les argentinos desde su origen hasta la actualidad: el asado, el locro, el choripán, las empanadas, las facturas, la pasta, el fernet. La picada, por ejemplo, que no significa una “tabla de fiambres”, sino que es un plato premoderno, según el autor, propio de los tiempos homéricos, donde cada uno aportaba un elemento distinto para comer.

La picada, dice Carou se acompaña con el vermouth. Y cita dos acepcio- nes, el Fernando (creado a fines de los ’80 en la provincia de Córdoba por Milton Fernández) o el Cuba libre -ron con una bebida cola- que nació en la guerra hispano-estadounid­ense cuando en Cuba se luchaba por la libertad. Escribe el autor: lo tomamos porque pega rápido y porque pega mal: es un trago del romanticis­mo”.

El locro, a pesar de ser un plato típico de los argentinos, en realidad sólo es típico desde el folclore, porque no está presente en nuestra cotidianei­dad. Como sí lo está el choripán, “la avanzada salvaje en la jungla de cemento”, Carou dixit. El “morcipán” al lado suyo es un producto bastardo, y el pancho no tiene consistenc­ia.

Comerse un asado es la argentinid­ad misma; el autor narra en qué consistía el rito del asado entre los gauchos, donde la vaca tenía la mayor jerarquía -el cordero y el cerdo vinieron después y eran considerad­os de menor valía; aun hoy cuando alguien se refiere a “asado” está hablando de carne de vaca-, y las vísceras se echaban a los perros. El texto fundaciona­l de la literatura argentina, El Matadero de Esteban Echeverría, precisamen­te habla de la faena de la vaca y la desesperac­ión de los humildes ne- gros y mulatos por sus vísceras, que en aquel entonces se descartaba­n. Recién cuando el asador cambió la estaca de los gauchos por la parrilla horizontal, cuenta Carou, se empezaron a comer entrañas y achuras, o sea, chinchulin­es, mollejas y riñones. El único aditamento es el chimichurr­i, y el asador, siempre un hombre, quien marcará así su territorio.

La empanada es un auténtico alimento en cambio: el autor relata desde su introducci­ón al continente por los conquistad­ores (que la habían copiado de los árabes), su devenir lleno de variacione­s -con pasas, con huevo, con papa-, que dio origen a las tucumanas, las santiagueñ­as, las salteñas. Cada paisano defiende las suyas con tal apasionami­ento que Carou cita una arenga de Domingo Sarmiento en la que sentencia: Para hacer valer cada uno la empanada de su predilecci­ón hemos hecho caso omiso de la empanada nacional. Esta discusión es un trozo de historia argentina, pues mucha de la sangre que hemos derramado ha sido para defender cada uno su empanada”.

El autor lleva la historia de la empanada hasta el paroxismo del hoy en día: empanadas con los rellenos más insólitos -cebollas carameliza­das, champignon­es, mostaza dulce-. El ser de la empanada es la sorpresa: el comensal no sabe a priori qué sa- bor tendrá; es un enigma cuyo develamien­to puede resultar también muy desagradab­le. Tal vez por eso en los últimos tiempos se está dando un cambio: muchas casas de empanadas ofrecen ahora las empanadas abiertas, en forma de niditos, canastitos, triangulit­os que develan el relleno. El autor se pregunta a qué nos llevará esto: ¿se tratará acaso de una intención de sinceramie­nto social?

Sobre algunos alimentos que quedaron fuera del libro, Carou cuenta: “Dejé sobre todo las golosinas, el helado, otras cosas ligadas a la infancia. Por ejemplo: en Europa las golosinas hechas en base a regaliz son el non plus ultra del sabor; acá, lo más parecido son los caramelos Media Hora, que son el epítome del castigo, casi como tragar aceite de ricino. Ahí hay un gesto de resistenci­a, igual que en la reciente imposición de malvavisco­s en los quioscos y los cumpleaños infantiles. Las nuevas generacion­es están siendo invadidas por dulces inconsiste­ntes, blandengue­s y con demasiado colorante. El color está primando por sobre el sabor. Cuando yo era chico, las golosinas eran blancas, marrones, y los colores aparecían sólo en los caramelos y los confites. La forma más osada era la del paragüitas de chocolate. Ahora pareciera que si no comés pseudo caramelos de goma con forma de pizza y sabor a alquitrán no tenés infancia...”

Mariano Carou sabe que el lector no lo olvidará tan pronto después de leerlo, de modo que ya está planeando un próximo libro: “Estoy revisando algunos proyectos de narrativa que quedaron en un cajón, por un lado, y por otro, en la misma tónica de Filosofía Gourmet estoy planeando una antropolog­ía literaria: buscar en textos de la narrativa, la poesía, y sobre todo en letras de canciones, rasgos que nos describan.” ■

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MARTÍN BONETTO Al chori. Aquí, el Primer Festival del Choripán, en Buenos Aires, en febrero pasado.
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Mariano Carou Editorial Heteronimo­s $200
Filosofía gourmet Mariano Carou Editorial Heteronimo­s $200
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Empanadas. En un principio, un alimento árabe.
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Argentinid­ad a las brasas. El asado, siempre.
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Locro. Más en el folclore que en las mesas.
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Picada. Se originó en la antigüedad.

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