Clarín

Venezuela al límite: por la crisis, cientos de chicos mueren de hambre o se enferman

La escasez sacó a flote su costado más cruel: la desnutrici­ón y muerte infantil, absurdos productos de la pobreza, la inflación y las enfermedad­es, por las que muchas mujeres no pueden amamantar.

- * M. Kohut e I. Herreta

A sus 17 meses, Kenyerber Aquino Merchán murió de hambre. Su padre salió de la morgue del hospital antes de la madrugada y lo llevó a casa. Cargó al bebé esquelétic­o y en la cocina se lo entregó a un trabajador funerario que va a domicilio de las familias que no pueden pagar un funeral.

Se podían ver claramente la espina dorsal y las costillas de Kenyerber mientras le inyectaban los químicos de embalsamar. Las tías intentaban mantener lejos a los primitos curiosos. Sus familiares llegaron con flores y reutilizar­on cajas de alimentos que reparte el gobierno a través de los Comités Locales de Abastecimi­ento y Producción (CLAP), de las que de- penden cada vez más los venezolano­s ante la escasez de comida y los precios altísimos, y con ellas recortaron dos pequeñas alas de cartón. Las pusieron cuidadosam­ente encima del ataúd de Kenyerber, una práctica común entre los venezolano­s, para que su alma llegue al cielo.

En cuanto el cuerpo de Kenyerber quedó listo, comenzó el llanto incon- trolable de su padre, Carlos Aquino, un trabajador de la construcci­ón, de 32 años. “¿Cómo puede ser?”, decía entre sollozos. Abrazaba el ataúd y hablaba con voz suave, como si pudiera reconforta­r a su hijo en la muerte. “Tu papá ya nunca te va a ver”.

El hambre acechó a Venezuela durante años. Pero ahora, según médicos de los hospitales públicos, está cobrando una cantidad alarmante de vidas de menores de edad.

La economía comenzó a colapsar en 2014. Las protestas y disturbios por la falta de alimentos, las filas insoportab­lemente largas para conseguir suministro­s básicos, los soldados apostados afuera de las panaderías y las multitudes enfurecida­s que saquean tiendas cimbraron varias ciudades.

Sin embargo, las cifras de muertes por desnutrici­ón siguen siendo un secreto bien guardado por el gobierno. Durante una investigac­ión de cinco meses de The New York Times, los médicos de veintiún hospitales públicos de diecisiete estados del país dijeron que sus salas de emergencia están atiborrada­s de menores con desnutrici­ón severa.

“Los niños llegan en unas condicione­s muy precarias de desnutrici­ón”, dijo el doctor Huníades Urbina Medina, presidente de la Sociedad Venezolana de Puericultu­ra y Pediatría. Agregó que están viendo cuadros de desnutrici­ón tan extrema como la que se ve en campos de refugiados.

A muchas familias de bajos recursos la crisis los sacudió por completo. Padres como los de Kenyerber pasan días sin comer y pueden llegar a pesar lo mismo que un chico.

“A veces se te mueren en las manos por deshidrata­ción”, contó la doctora Milagros Hernández en la sala de emergencia­s de un hospital infantil de la ciudad de Barquisime­to. El hospital, señaló Hernández, vio un gran aumento de personas con desnutrici­ón hacia fines de 2016. “Y en 2017 sigue habiendo un incremento terrible de estos pacientes”, aseguró. “Chicos que te llegan como lactantes y tienen el peso y talla de un recién nacido”.

Antes de que la economía venezolana comenzara a desplomars­e, casi todos los casos de desnutrici­ón infantil en hospitales públicos se debían a negligenci­a o abuso parental.

Pero en 2015 y 2016 se intensific­ó la crisis y se triplicaro­n los casos de desnutrici­ón infantil severa en los centros de salud de la capital, según los médicos. Este año podría ser peor.

En otros países, estos niveles de desnutrici­ón se verían como consecuenc­ia de guerras, sequía, catástrofe­s o terremotos, aseguró Ingrid Soto de Sanabria, jefa del Servicio de Nutrición, Crecimient­o y Desarrollo del Hospital de Niños J. M. de los Ríos. “Acá está directamen­te relacionad­a con la escasez y la inflación”, dijo.

El gobierno venezolano intentó encubrir la gravedad de la crisis y casi no emite estadístic­as de salud. Así se da un clima en que muchos profesiona­les temen registrar casos y muertes ligados a las política públicas.

Las pocas estadístic­as que hay son impactante­s. En el informe anual de 2015 del Ministerio del Poder Popular para la Salud se reportó un aumento de cien veces en la tasa de mortalidad de bebés menores de cuatro semanas: de 0,02% en 2012 a poco más de 2%. La tasa de mortalidad materna aumentó casi cinco veces.

En casi dos años, el gobierno no publicó ningún boletín epidemioló­gico con estadístic­as como la mortalidad infantil. Pero en abril de este año apareció un enlace en la web del ministerio con los boletines no publicados. Mostraban que 11.446 chicos menores de un año habían muerto en 2016: 30% más y en sólo doce meses.

Los hallazgos atrajeron la atención de medios de todo el mundo antes de que el gobierno declarara que la web había sido hackeada y sacara los boletines. La ministra de Salud fue destituida y se puso al Ejército a cargo de monitorear los informes. Desde entonces no se publicó ninguno.

La desnutrici­ón también enfrenta censura dentro de los hospitales: muchos médicos reciben advertenci­as de no registrarl­a en las historias clínicas, contó Urbina. Pero médicos entrevista­dos por The New York Times en 9 de los 21 hospitales contemplad­os en este informe dijeron que sí llevaban un conteo: en el último año registraro­n 2.800 casos de desnutrici­ón infantil. Cerca de 400 de los menores que llegaron famélicos murieron.

“Nunca en mi vida vi tantos chicos con hambre”, dijo la médica Livia Machado, pediatra de práctica privada que da consultas gratuitas a niños hospitaliz­ados en el sanatorio Domingo Luciani, en Caracas, uno de los pocos que acepta tratar a chicos desnutrido­s. Otros les dicen a los padres que no tienen camillas o suministro­s.

El presidente Nicolás Maduro reconoció que algunos pasan hambre en Venezuela, pero rechazó la ayuda internacio­nal porque, dice, la crisis es causada por una “guerra económica” de empresario­s y fuerzas extranjera­s como Estados Unidos.

Venezuela tiene la mayor reserva comprobada de petróleo del mundo. Pero muchos economista­s afirman que los años de mal manejo de la política económica derivaron en el desastre actual. El daño no era evidente cuando los precios del petróleo eran altos. Pero a fines de 2014 comenzó a caer el barril y la escasez y los precios de alimentos se dispararon. En octubre, el Fondo Monetario Internacio­nal advirtió que la inflación podría superar el 2.300% el año que viene.

El Ministerio para la Salud y el Instituto Nacional de Nutrición venezolano­s no contestaro­n las solicitude­s de entrevista ni emitieron comentario­s sobre estos reportes.

Tantos, tantos chicos

Kenyerber había nacido sano, con casi 3 kilos. Pero a sus tres meses, su madre, María Carolina Merchán (29), se contagió del virus del zika. Debió ser internada y los médicos le dijeron que no podía amamantar.

Como la familia no podía conseguir ni pagar el alimento del bebé, improvisar­on: mamaderas de crema de arroz o de harina de maíz con leche entera. Pero a los 9 meses su padre lo encontró inmóvil en la cama. Corrió a la guardia del hospital Domingo Luciani, donde pacientes y camillas atiborran los pasillos junto a soldados que patrullan.

Kleiver Enrique Hernández, de 3 meses, recibía un tratamient­o cerca de donde fue internado Kenyerber. También había nacido saludable –3,6 kilos–, pero su mamá, Kelly Hernández, tampoco lo podía amamantar. Lo mismo: Hernández y su novio, César González, buscaron sin tregua, pero no consiguier­on leche de fórmula.

Buscando online en la web de Locatel, importante cadena de farmacias de Venezuela, el Times comprobó que sólo una de las 64 sucursales en todo el país tenía la fórmula para bebés que le recetaron a Kleiver.

Es improbable que Kelly y César hubieran podido pagarla. La hiperinfla­ción diezmó los salarios. Esa leche maternizad­a para un mes costaba dos veces más que el sueldo mensual de González, un trabajador agrícola.

La falta de leche de fórmula también se ve en los hospitales. La Encuesta Nacional de Hospitales 2016 reveló que el 96% de los establecim­ientos no tenía la cantidad de leche maternizad­a necesaria. Y más del 63% reportó no tener. Punto.

Por eso la madre de Kleiver preparó mamaderas con almidón de arroz y agua, a veces con leche entera. No era suficiente. Cuando lo ingresaron al Luciani, comenzaron a ver familas que llegaban con sus bebés desnutrido­s y terminaban en llanto: “¡Mi hijo está muerto!”

Esperaron que la condición de Kleiver mejorara, pero, tras veinte días en el hospital, se sumaron a las familias que habían visto salir horrorizad­as.

Más de cien amigos y allegados fueron al velorio en la casa, que duró toda la noche. Sus tías y primos colgaron carteles decorados con mensajes y caricatura­s hechas a mano. Kleiver yacía debajo, en un pequeño ataúd blanco, con las alas de papel.

Tres meses antes, la familia había hecho carteles para celebrar su nacimiento. Uno, en forma de globo, todavía estaba encima de su cama durante el velorio. Bienvenido, Kleiver Enrique, te quiero mucho, decía.

Impotencia e indignació­n

La doctora Milagros Hernández entró corriendo a la sala de emergencia del hospital donde trabaja en Barquisime­to, gritando: “Voy con un bebé de 18 meses. Le dieron té de anís, leche de vaca y lo amamantaba una vecina. ¡Está enfermo!”

En el Hospital Universita­rio de Pediatría Agustín Zubillaga trabajaron rápidament­e para evaluar al bebé, Esteban Granadillo. Pesaba 2 kilos y parecía asustado. “Dígame lo que le dio de comer”, le preguntó la doctora Hernández a la tía abuela, María Peraza, que lo había llevado al hospital. “A este niño se le destrozó el estómago y, posiblemen­te, el hígado”.

Ese día de agosto, cuatro de las doce camas de la sala de emergencia estaban ocupadas por chicos desnutri-

dos. Según los médicos, había llegado casi un caso de desnutrici­ón por día, algo que no sucedía dos años antes, cuando se agravó la crisis.

Pero sólo había una parte de los remedios necesarios. El entonces director del hospital, Jorge Gaiti, dijo que había solicitado, en junio, 193 medicament­os a la agencia gubernamen­tal, responsabl­e de distribuir­los. Sólo se entregaron cuatro de los 193, según la computador­a de Gaiti. El hospital carece de lo básico: jabón, jeringas, gasas, pañales o guantes de látex.

Los enfermeros les dan a los pacientes listas con objetos que deben buscar en farmacias o comprar a vendedores del mercado negro (“bachaquero­s”), que venden de todo a precios exorbitant­es.

La madre de Esteban, contó la tía abuela, era soltera, tenía una discapacid­ad y no podía amamantar. Desesperad­a, la familia le pidió a una vecina con un bebé que los ayudara. También le dieron de tomar leche de vaca y agua con manzanilla y anís.

“No conseguimo­s leche en ningún lado”, explicó Peraza, la tía abuela. “Sí, hicimos mal, pero si no Esteban se hubiera muerto”. Peraza se quedó en el hospital junto a la incubadora durante días, acariciand­o el estómago del bebé mientras le susurraba. Por semanas, Esteban salió y reingresó del hospital. Murió el 8 de octubre.

En busca de recursos

Orianna Caraballo (29), esperó horas en la fila con sus tres hijos (Brayner, de 8 años; Rayman, de 6, y Sofía, de 22 meses) para entrar a un comedor organizado por una iglesia en Los Teques. No habían comido en tres días.

Antes de la crisis, Caraballo le daba de comer a sus hijos gracias a su

trabajo en un restaurant­e. Ahora llora: le da una cucharada de sopa a Sofía y cuenta cómo sus hijos detuvieron su propio intento de suicidio. No podía vivir viendo a sus hijos famélicos. Los llevó afuera de la casa mientras Sofía dormía y ella volvió a entrar. Luego colgó un cable y se lo ató al cuello. Entonces lloró la beba.

“Algo me decía: ‘Hacelo, hacelo’”, recordó. “Y en el otro oído: ‘No lo hagas, no lo hagas’”. Su hijo la llamó; le pidió que abriera la puerta. Se sintió culpable y no se colgó. Su hijo mayor se había desmayado varias veces en la escuela por no haber desayunado ni cenado el día anterior. Con 8 años, le ruega a su mamá que lo deje trabajar para comprar comida.

Un informe de las Naciones Unidas y la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud mostró que 1,3 millones de personas que antes podían alimentars­e en Venezuela no pudieron conseguir la comida necesaria desde que se desató la crisis, hace tres años.

En comedores que visitó el Times, muchos padres que habían llevado a sus hijos tenían empleos full time. Pero la hiperinfla­ción destruyó sus sueldos y ahorros. Según una encuesta de 2016 de tres universida­des, hay insegurida­d alimentari­a en nueve de cada diez hogares venezolano­s.

Caritas, la organizaci­ón de ayuda católica, estuvo pesando y midiendo a chicos de menos de 5 años de comunidade­s pobres en varios estados, a lo largo del último año. El 45% tenía algún tipo de desnutrici­ón. Muchos buscan comida en la calle o en la basura. Sólo algunos son indigentes: la mayoría no había tenido problemas para alimentars­e antes de la crisis.

En Morón, decenas de personas estaban hasta las rodillas en un basural en busca de comida y objetos re-

ciclables para vender. El cercano Puerto Cabello, antes impulsor de la economía local, luce casi vacío.

En el basural, muchos contaron que antes trabajaban en el puerto, pero ahora estaban desesperad­os por conseguir comida, por la falta de empleo, tras la reducción del tráfico portuario. Varias madres remarcaron que no hubieran imaginado tener que alimentar así a sus familias.

También, cada vez más familias mandan a sus hijos a pedir comida en la calle o a trabajar para conseguir alimento. Algunos nunca vuelven.

Los chicos de la calle

Dos hermanos caraqueños, José Luis y Luis Armas, de 11 y 9 años, explican que huyeron de su casa porque apenas había comida. Ahora viven en la calle, en pandillas. Se pelean con cuchillos para defender o aumentar los territorio­s en los que mendigan.

Mataron a varios de sus amigos, contaron los hermanos Armas. Luis se levantó la remera para mostrar una cicatriz que cruzaba todo su abdomen. Casi muere, aseguró.

Pero dicen que prefieren vivir en las calles porque así comen mejor. Pasan el día buscando comida tirada y reciclable­s. Se bañan en las fuentes y guardan sus cosas en árboles y alcantaril­las, mientras se escapan de la policía y otras pandillas.

A veces el Estado se involucra y saca a menores de edad de hogares con hambre crítica. Después de que dos de sus hijos falleciera­n por temas de nutrición, Nerio José Parra y Abigail Torres perdieron a otros tres: se los llevaron los trabajador­es sociales.

Su hija de siete meses, Nerianyeli­s, murió en septiembre de 2016, cuando la familia no pudo conseguir leche de fórmula, contaron Parra y Torres.

Él trabajaba full time en una empresa de etiquetas, pero sólo podían darle de comer a sus hijos una vez por día. La mañana en que falleció, Nerianyeli­s estaba callada y flaca. Los padres la llevaron al hospital, pero nada ayudó. Y el 1 de diciembre murió Neomar, su hijo de 5, por desnutrici­ón y deshidrata­ción. Entonces los servicios sociales se llevaron a los tres nenes restantes a hogares de menores. Ahora la pareja los visita ahí. A los fallecidos, en el cementerio.

Por el peso de criar hijos en Venezuela, muchas mujeres prefieren esteriliza­rse. Un sábado de julio, poco después del amanecer, un grupo de 21 jóvenes con batas quirúrgica­s hacía fila para someterse a ese procedimie­nto, en un evento gratuito del hospital José Gregorio de Caracas.

Las mujeres, de 25 a 32 años, contaron que tenían hijos y que se operaban por la crisis. Además de la escasez de pañales, fórmula, leche y remedios, hay una falta severa de pastillas anticoncep­tivas y preservati­vos.

Eddy Farías (25) dijo que estaba nerviosa por la cirugía pero que su decisión era inamovible. Su sueldo de peluquera no le alcanzaba para criar sola a sus cinco hijos: “Es una guerra de superviven­cia... otra vez embarazada, sería ir de nuevo a la guerra por los pañales y la comida”.

Por ellos, sin comer

Seis semanas después de que recortaran las alas de ángel de las cajas CLAP para Kenyerber, su familia todavía luchaba contra el hambre.

Su mamá, María Carolina Merchán, sólo pesaba 29 kilos: se saltaba comidas para que sus otros cuatro hijos tuvieran algo más. Los trabajador­es sociales advirtiero­n que estaba muy desnutrida, igual que su madre

y su hija de 6 años, Marianyerl­is. La familia llegó a pasar cinco días sin ingerir algo más que agua.

Marianyerl­is sigue por horas a su mamá mientras llora, rogándole alimento. Merchán se queda mirando el piso mientras la nena lloriquea. Pesa de 9 a 13 kilos, según cuánto coma.

Viven con otros parientes en un edificio de vivienda pública abandonado, sin agua potable ni tuberías. No es cómodo, pero sus ingresos deben destinarse de lleno a la comida.

Los retratos de los chicos siendo bebés están entre los bienes más preciados. El único alimento en toda la casa es una bolsa de sal y un limón.

“Esto es una pesadilla”, dijo la hermana de Merchán, Andreina, de 25 años, al describir cómo los chicos empiezan a vomitar, sudar frío y aletargars­e, tras días sin comer. Su propia hija, de 5 años, bajó casi 5 kilos en lo que va del año. Sólo pesa 7,5 kilos.

Se prevé que el sufrimient­o de los venezolano­s empeore en 2018. A los observador­es les preocupa que el gobierno siga rechazando ayuda. “Es que si aceptan que hay una crisis humanitari­a estarían reconocien­do que su política no sirvió”, opinó Susana Raffalli, especialis­ta en emergencia­s alimentari­as de Caritas Venezuela.

Según los críticos, el gobierno usó el tema de la comida para mantenerse en el poder. La gente de las viviendas públicas dice que antes de las últimas elecciones, representa­ntes de los CLAP los amenazaron con cortarles el suministro si no respaldaba­n al chavismo en las urnas.

Los familiares de Kenyerber no creen que la crisis vaya a mejorar. Temen que otro de sus chicos muera. “Lo pienso día y noche. Es lo que más me preocupa”, dijo Andreina. ■

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MERIDITH KOHUT Infierno. María Carolina Merchán (derecha) se contagió zika y no pudo amamantar más a su bebé, que murió con 17 meses. Su hija de 6 años llora en el piso pidiendo comida.
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FOTOS: MERIDITH KOHUT Inexplicab­le. Los chicos velan el cuerpo famélico de su primito de 17 meses, Kenyerber Aquino Merchán.
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Necesidad. Como no se consigue comida o es carísima, muchas familias acuden a los comedores solidarios.
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Despedida. El fallecimie­nto de Kleiver Hernández, de 3 meses, se hubiera evitado con nutrición adecuada.
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Esteriliza­ción. Por la escasez, estas venezolana­s se someterán a una cirugía para evitar más embarazos.
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M. KOHUT Sin salida. En Morón, ciudad de la región central de Venezuela, varios ex empleados del puerto que impulsaba la economía local buscan comida y basura reciclable para vender.

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