Esa cuestión cultural que también puede resultar un mal negocio
A la clase política le gusta decir que el ahorro en dólares, o la obsesión por el precio del dólar de la sociedad ar- gentina, es una “cuestión cultural”. Una lectura sociológica, si se quiere, para algo más básico, más cercano a una cuestión de supervivencia.
Durante mucho tiempo se ahorró en dólares -en lo posible fuera de los bancos- para estar a salvo de verdaderos atracos disfrazados de figuras como “ahorro obligatorio”, colocación compulsiva de bonos a cambio del congelamiento de depósitos, u otras salidas creativas como el corralito, el corralón o el cepo.
En definitiva, se atesoran dólares para ponerse a salvo de la inflación. Todo entendible. Lo que no quita que durante mucho tiempo se haya hecho realidad aquello de que “el que apuesta al dólar pierde”. Hoy, sin ir más lejos. El atraso cambiario -cuando la inflación corre más rápido que la devaluación- fue un fenómeno irrefutable durante los dos períodos presidenciales de Cristina Fernández de Kirchner.
Y más cerca: desde que asumió Mauricio Macri y liberó el tipo de cambio, a mediados de diciembre de 2015, el precio del dólar apenas subió 26% en pesos, contra una inflación acumulada desde entonces del 70%. Otra demostración de que el dó- lar no fue una buena opción es que perdió poder adquisitivo contra el metro cuadrado, el bendito ladriillo, otro refugio típíco del argentino con capacidad de ahorro. Claro, el que compra dólares puede perder durante mucho tiempo hasta que una devaluación lo hace recuperar poder adquisitivo.
Así y todo, mirando hacia adelante, el ahorro en dólares no luce tan atractivo. La expectativa de devaluación es mucho más baja que la tasa que se puede obtener en un plazo fijo en pesos a retirar en un año. Ni hablar si la apuesta es a una Lebac ■