Colgados de la sotana del Papa
Hace diez días, en la audiencia pública que cada miércoles se celebra a cielo abierto en la plaza de San Pedro, un sonriente Pablo Moyano saludó al papa Francisco desde el corralito reservado a los visitantes que alcanzan ese privilegio. El Papa retribuyó el júbilo. Un laico que lo conoce bien y lo visita seguido explica: “Cuando se encuentra con un dirigente gremial a Francisco la sonrisa le sale sola”.
Apoyado en esa foto, un sector de la CGT intentó presentar aquel saludo como señal de que el Papa podría bendecir a los gremialistas, en momentos en que ardía la negociación con el Gobierno por la reforma laboral. Falso. Parece haber sido apenas una jugada individual del dirigente camionero, facilitada por los gestores habituales que proveen el pase mágico a ese encuentro fugaz con el Papa.
¿Quién lo acompañó en San Pedro? El legislador porteño Gustavo Vera, kirchnerista tardío que se mueve cómodo en algunas oficinas vaticanas. Después lo recibió el arzobispo Marcelo Sánchez Sorondo, director de la Pontificia Academia de Ciencias. Los dos, el político y el cura, fueron sus laderos el jueves en una conferencia de prensa en la CGT donde criticó la reforma laboral. Los dos, el político y el cura, venían de impulsar en el Vaticano un encuentro de mujeres judiciales del que participó la renunciada procuradora general Alejandra Gils Carbó. Que parezca un accidente.
Según sus compañeros de ruta en el peronismo, Pablo buscaba un salvoconducto ante eventuales complicaciones judiciales que se le pudieran presentar.
Hoy la Justicia es territorio comanche para ex funcionarios y empresarios asociados al poder kirchnerista, y también para sindicalistas emblemáticos flojos de papeles.
De eso pueden hablar desde Julio De Vido y Amado Boudou hasta Lázaro Báez y José López, pasando por los caídos en desgracia “Caballo” Suárez y “Pata” Medina. Todos presos.
¿Acaso el hijo turbulento de Hugo Moyano podría seguir ese camino? Nada indica que eso vaya a suceder por ahora. Pero mejor vacunarse a tiempo. Sobre todo, después de que un emisario de línea directa con el Presidente le avisó a Hugo que alguna cuestión que está dando vueltas en los tribunales podía incomodar a Pablo. En ese contexto, colgarse de la sotana de Francisco puede ayudar.
El alcance del mensaje que le llevó el amigo de Mauricio Macri al jefe del clan Moyano se extendía hacia la negociación por la reforma laboral. La actitud de Hugo era clave para desnivelar la balanza entre los gremios negociadores y los refractarios a cualquier acuerdo con la Casa Rosada.
En este último grupo están los sindicatos kirchneristas, las dos CTA y figuras sueltas como el bancario Sergio Palazzo y el propio Pablo Moyano. El mismo que un día declara que “sería un orgullo caer en cana con un gobierno gorila como éste”. Y otro día, como ocurrió el jueves, se suma al armado de los intendentes del PJ bonaerense que proponen a Gustavo Menéndez, de Merlo, para renovar la conducción partidaria dejando aislados a La Cámpora y al kirchnerismo residual.
Se ve que Hugo lo pensó mucho y al final se abstuvo de entrar en el fragor de la negociación. El Gobierno lo trató con cariño: las reformas acordadas no incluyeron esta vez al sector de logística y cargas, coto privado de los camioneros. Hoy por ti, mañana por mí.
La relación de Macri y Moyano tiene altibajos, competencia política y respeto mutuo. Todo a la vez. Moyano también cuida la relación con el ministro Jorge Triaca, a quien alguna vez llamó para disculparse por algún exabrupto de esos que a Pablo le salen fácil.
La CGT, quedó dicho, no tuvo nada que ver con aquella visita al Vaticano. Pero también trató de jugar la carta papal en la pulseada con el Gobierno. Cuando las posturas estaban muy lejanas, los jefes sindicales recordaban que en pocos días más se verían con Francisco. Será el jueves y viernes próximos, en una jornada internacional para discutir el futuro del trabajo y el cuidado del medio ambiente, bajo el concepto de una ecología integral “que no excluya al ser humano”.
El papa Bergoglio cerrará las deliberaciones. Habrá cerca de 300 dirigentes de cuarenta países. La convocatoria fue hecha por el Dicasterio para el Desarrollo del Servicio Humano Integral. Es un organismo creado por Francisco y puesto a cargo del cardenal ghanés Peter Turkson.
En la Argentina el zurcido previo fue hecho por el padre Carlos Accaputo, quien conduce con añeja eficacia la Pastoral Social porteña. Durante el encuentro hablará por nuestro país Héctor Daer, miembro del triunvirato de conducción de la CGT. En la comitiva estarán varios dirigentes de primera línea de la central sindical, como Juan Carlos Schmid, Andrés Rodríguez, Gerardo Martínez y Julio Pumato. También los jefes de las dos CTA, Hugo Yasky y Pablo Micheli, que ya llamaron a un plan de acción contra la reforma laboral. También el docente bonaerense Roberto Baradel. Más y más gente colgada de la sotana papal.
Mientras los fuegos de la negociación amenazaban incendiarlo todo, el nuevo presidente del Episcopado argentino, monseñor Oscar Ojea, se presentó en sociedad a comienzos de semana pidiendo “que no se vulneren los derechos de los trabajadores” y recordando que “el trabajo no es una mercancía”. Está claro en qué vereda se para la Iglesia.
Pero aquellos ardores se apagaron enseguida. El Gobierno resignó varias de sus pretensiones, dejando una vez más la impresión de que negocia proponiendo de entrada intenciones de máxima que están sólo para ser quitadas y así preservar otras. Y la CGT salvó la ropa frente a un gobierno al que ya le atribuye tener seis años por delante, reelección incluida. Es lo mismo que Macri dijo ante inversores y poderosos diversos en sus recientes reuniones privadas en Nueva York. Toda una coincidencia funcional.
“Nosotros no nos quedamos en la protesta testimonial y ellos no se pusieron el casco”, sintetiza un triunviro de la CGT. Y dice que así como pensaban buscar la bendición del Papa para fortalecerse en la resistencia contra el proyecto de reforma, ahora viajarán al Vaticano llevándole a Francisco el acuerdo como ofrenda. Y reconocen el gesto del Gobierno al no modificar el espíritu de la ley de contrato de trabajo y preservar el modelo sindical que los hizo poderosos. Esa flexibilidad infinita los ayuda a sobrevivir.
Si el cuentito viene del lado del Gobierno, se escucha alborozo por los avances en el blanqueo laboral, la reducción de la conflictividad y de las indemnizaciones. No bajan la intención de impulsar reformas estructurales en el mundo laboral. Pero admiten que no tienen todavía condiciones para hacerlas. Por ahora parece alcanzarles marcar la tendencia y patear esas discusiones para adelante. Habrá que ver si ese día alguna vez llega.
Un logro de Macri y su equipo fue mantener separadas las negociaciones con la CGT y con los gobernadores. En los dos frentes buscaron acuerdos que pudieran ser transformados en leyes por el Congreso. Jugaron a la dispersión peronista y les salió bien. Tanto, que fracasó un intento de juntar para la foto a gobernadores y jefes sindicales como demostración de fuerza, durante las pulseadas con el Gobierno.
Es interesante observar cuál fue la primera carta que jugó la nueva conducción de los obispos. Monseñor Oscar Ojea es un triunfo personal de Francisco. Y el cardenal Mario Poli, arzobispo de Buenos Aires, privilegió su condición pastoral antes que la oferta de entrar en el juego político, renunciando a la competencia por la jefatura del Episcopado luego de una primera votación favorable.
Antes de la decisión de los obispos, monseñor Ojea viajó dos veces en visita privada al Vaticano. Entre uno y otro de esos viajes el Papa también recibió al cardenal Poli. Lo que sucedió en la asamblea del Episcopado, el 7 de noviembre, terminó siendo la puesta en escena de una decisión tomada allí donde las decisiones no se discuten.
La relación del papa Bergoglio con el Episcopado argentino nunca fue sencilla. Voceros informales aseguraban que la línea que bajaba desde Roma se diluía en el país, mediatizada por la jerarquía tradicional.
Desde que inició su tarea, el Papa puso especial énfasis en el recambio de las jerarquías en el Gran Buenos Aires, colocando allí a obispos que expresan su pensamiento. El resultado está a la vista. Tanto en la elección de Ojea como en la designación del obispo de Lomas de Zamora, el jesuita Jorge Lugones, al frente de la Pastoral Social.
Pero si el sindicalismo y los movimientos sociales intentan escudarse en el Papa para reforzar sus reclamos, al Presidente no le faltan lazos ni interlocutores con el Vaticano.
Macri en persona ha protagonizado algunos de esos intercambios. Recuérdese que monseñor Ojea es obispo de San Isidro. La quinta presidencial de Olivos está dentro de su jurisdicción. Y el Presidente forma parte de su rebaño pastoral.
Hombres de la Iglesia aseguran que presidente y obispo han hablado, en absoluta discreción, más de lo que se conoce. ■
Macri y el obispo Ojea, nuevo titular del Episcopado, hablaron en absoluta discreción más de lo que se conoce.