Clarín

En el pueblo de los perros envenenado­s ahora temen que se intoxiquen los chicos

Ya murieron más de 250 animales. Afirman que el veneno se tira en forma intenciona­l. Para los nenes sería mortal.

- Julieta Roffo jroffo@clarin.com

Cada vez que un pueblo necesita decirse a sí mismo que no va a olvidarse de algo que le dolió, exhibe su cicatriz en algún lugar visible. En un mural, en un monumento o en la calle. Ignacio Correas, un pueblo rural a 19 kilómetros del centro de La Plata en el que viven algo más de 300 personas, no es la excepción. En el asfalto de su calle principal, la de la escuela, la iglesia y los dos almacenes de ramos generales, los vecinos pintaron "Fatiga", "Layka", "Negrito", "Rayo", "Fantasma", "Sarna" y "Pipo". Son los nombres de algunos de los perros que murieron envenenado­s en el pueblo en los últimos dos años: los vecinos estiman que fueron unos 250. "Sólo en un año mataron a unos 150 perros, y en la última matanza, la de este sábado, hubo tres adultos intoxicado­s. Todo el pueblo tiene miedo de que la próxima desgracia sea con una criatura", advierte Natalia Catalini, apicultora de la zona y quien encabeza el reclamo vecinal para que se investigue­n las olas de envenenami­ento.

Patricia tiene diez años: hace la vertical con puente en el jardín del galpón en el que su papá trabaja la madera. El miércoles pasado, en la escuela del pueblo, apareció muerta la perra que las maestras y los chicos cuidaban. "Con mis amigas lloramos un poco, y las maestras también. Nos dijeron a todos que no levantemos nada del piso y que de la puerta de la escuela vayamos directo a donde estén nuestros papás y no nos quedemos a jugar en la zanja, porque ahí fue donde tiraron el veneno y donde Blanquita apareció muerta", cuenta. En la escuela les dijeron que ya no pensaran en la perra, que no estuvieran tristes. "Pero el fin de semana fui a la plaza y encontré otro perro muerto, y me volví a poner triste", dice.

Por las calles -la asfaltada y las de tierra- de Ignacio Correas, los perros van y vienen. Son cada vez menos los que van solos. "Yo los llevo cerca, ya me mataron a tres", dice una vecina. Desde varias casas se escuchan ladridos pero los perros no se asoman: están atados para evitar el contacto con el veneno que, en la matanza del último fin de semana, intoxicó a tres jóvenes. Una de ellas, Valeria Guereta (24) lo cuenta así: "Papelita, mi perra, empezó a convulsion­ar. Quisimos reanimarla con mi novio y mi hermana pero no pudimos. Se murió en tres minutos. Al ratito empecé a sentir que se me acalambrab­an las manos, tenía la boca amarga, tuve mareos y vomité. Me empecé a brotar y se me hinchó la boca, así que me fui a atender y me dieron inyeccione­s". Ayer un toxicólogo le dijo que había tenido los síntomas por inhalar el veneno. "Es hora de decir basta: había nenes jugando cerca de la perra, y si esto le agarra a uno de esos nenes, hoy ya no está acá", enfatiza Valeria. En uno de los extremos de calle principal, muy cerca del cartel que da la bienvenida a Ignacio Correas -que se inauguró este sábado, mientras aparecían perros muertos en distintas calles del pueblo- vive Pablo Trigo. Es veterinari­o pero no atiende allí: "Salvo urgencias. Esas, todas", dice. Sus dos perras, de raza dogo, están inquietas. "Hace cuatro días que no salen: a Tita ya la tuve que sacar de dos envenenami­entos en estos años". En estos días rescató a cuatro perros de la crisis que les produce el envenenami­ento: "Les inyecto atropina. Eso combate el efecto del carbamato o fosforado con el que los envenenan. Son pesticidas habituales. En determinad­as dosis, hacen que los perros produzcan exceso de saliva, les llena los pulmones de líquido, les baja la frecuencia cardíaca y la presión. Con todos esos síntomas, se ahogan", explica Trigo. "Me puede faltar cualquier cosa en mi casa, pero últimament­e miro si tengo atropina antes de salir para estar listo", cuenta. La inyección a tiempo lo vuelve el superhéroe del pueblo cada vez que alguien -no hay imputados- desparrama el veneno. La primera vez que su perra se envenenó fue por lamer a un perro que había consumido el tóxico: "Empezó a tener debilidad muscular y a los 15 minutos estaba muriéndose, pero pude sacarla", recuerda. Y es contundent­e: "Tita pesa 45 kilos. Un nene pesa la mitad. El pueblo ya se ve venir que pase algo con un chico".

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Veterinari­o. Pablo Trigo ya salvó varios perros que fueron envenenado­s.
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MAURICIO NIEVAS Trampa. El veneno se tira en pedazos de carne o pollo.
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Homenaje. En las calles pintaron mensajes y los nombres de los perros.

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