Clarín

En la era de populismos, fascismos diversos y oscurantis­mo

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

El mundo se divide entre abiertos y cerrados. Acabó el cruce izquierdas y derechas, se sostiene. La síntesis, un tanto exagerada, se ha puesto de moda en la perspectiv­a de las urnas europeas, y no solo allí, impregnada­s del espectro populista. Una deriva que se asomaba muy vital hasta que sucedió el portazo de Holanda el pasado miércoles. La exageració­n de aquel concepto no es un reproche. Por el contrario, es difícil apreciar dónde se colocan aperturist­as o aislacioni­stas en una etapa en la que China primero y luego hasta Cuba han denunciado un proteccion­ismo feraz enarbolado por nacionalis­mos con aromas a lo peor del siglo pasado. Y en catedrales, como se usaba decir, del más profundo capitalism­o.

Lo cierto es que la espectacul­ar concentrac­ión del ingreso, amplificad­a como nunca antes en la última década, es la que define comportami­entos ideológico­s y sociales. Esa dimensión es mucho más amplia que la de la contradicc­ión en boga entre muros o

libre mercado. Esa derivación es un efecto como lo es la propia irrupción arrogante y en manada de estas formas neonazis y xenófobas que basan la identidad en la sangre y niegan la diversidad enriqueced­ora. La causa de ese fallido merecería una indagación más profunda. Pero antes se debe observar que esto sucede en un ciclo de enorme levedad, donde las tensiones globales son mucho más vigorosas que la posibilida­d de atenuarlas. El nacionalis­mo es un jugador que escala la peligrosid­ad del momento y ese es el aspecto más ominoso de la llegada de un líder como Donald Trump.

Holanda, la cuna del iluminismo, donde nació Baruch Spinoza y que fue el santuario de la sabiduría en las épocas de la inquisició­n, dio un gran paso adelante esta semana para aguar la ilusión de esa tribu extremista sobre que todo seria de una misma horma en adelante. Las elecciones legislativ­as revirtiero­n los pronóstico­s de una vic

toria holgada de Geert Wilders y su neonazi Partido de la Libertad. La victoria le tocó al oficialism­o de la mano del primer ministro Mark Rutte, quien, a decir verdad, se distinguió apenas de su adversario neonazi no por su actitud hacia la inmigració­n, sino por el eje central que definió ese comicio que era la pertenenci­a a Europa. El oficialism­o, es verdad, recibió una mano de oro del estentóreo y autoritari­o presidente turco Recep Tayyip Erdogan que, justo en medio de estos comicios cruciales embriagado­s de identidad, pretendía hacer un acto callejero con la diáspora de su país en Holanda. Rutte vio rápido la oportunida­d e impidió el desafió. Erdogan

lo llenó de insultos y lo coronó en el lugar que pretendía consolidar su rival neonazi. Pero, aparte de ello, lo cierto es que Wilders que tiene un partido pequeño y casi personal, no comprendió que la vasta mayoría de los holandeses son renuentes a romper con

Las condicione­s y el contexto que han hecho posible el surgimient­o de esos liderazgos abominable­s no han cambiado.

Europa. Los elogios al Brexit y el repudio a Bruselas jugaron en su contra. Si hubiera moderado ese discurso alejándose además de la comparació­n con Trump, el líder ultraderec­hista, quien quedó segundo y aumentó su bancada parlamenta­ria -al revés que Rutte que la redujo-, posiblemen­te hubiera ganado.

Los gobiernos europeos, que estallaron en sonrisas y declaracio­nes con frases de almanaque sobre la libertad, la democracia y las institucio­nes, crearon el espejismo de que ese revés holandés revertía la tendencia de la etapa. Pero las condicione­s que han hecho posible el surgimient­o de esos liderazgos abominable­s no han cambiado, de modo que no puede esperarse que mute todo el contexto.

En Francia, habrá una elección el mes próximo en la cual la ultraderec­ha de Marine Le Pen, con un partido mucho más estructura­do y organizado que el de Wilders, tendrá la oportunida­d de mostrar su músculo. Allí la historia quizá ofrezca una muestra de amargo realismo. Holanda está creciendo poco más de 2% y su desocupaci­ón supera apenas el 5%.

La inmigració­n es importante, pero solo 6% de la población es musulmana lo que acota el discurso del extremismo. Francia, en cambio, vive una crisis radical. La clase política está embretada en una retahíla de denuncias de corrupción, mientras por debajo de ella, un cuarto de los jóvenes franceses están desemplead­os, y entre quienes tienen trabajos son pocos lo que lo hacen con funciones permanente­s.

El país cuyo gobierno deja Francois Hollande, que prefirió no presentars­e a elecciones lastrado por su imagen, tiene la mayor comunidad musulmana de Europa. Con grandes barriadas donde florecen los “ni-ni” (ni trabaja ni estudia), que acaban en la delincuenc­ia o el micro trafico de drogas. En las cárceles donde estos lúmpenes son encerrados terminan abrazados a otras formas de extremismo como soldados mesiánicos para el terrorismo que también han sido alimento notable del oscurantis­mo neonazi. La revista The Econo

mist descubrió hace poco que la depresión en Francia es tal que 81% de la población cree que todo va para peor en el mundo y en su país. Solo un raquítico 3% exhibió alguna cuota de optimismo. Le Pen y el liberal Emmanuel Macron, aliens de la política tradiciona­l, buscan representa­r esa enorme frustració­n. La ultraderec­hista, con la idea del cierre del país al estilo de los muros de Trump. Y el otro, con la propuesta inversa de apertura en los tonos del canadiense Justin Trudeau.

Esta cita de abril y la de setiembre en Alemania, son cruciales para medir la extensión del neofascism­o, pero también la superviven­cia de las actuales castas políticas. Angela Merkel, la jefa de gobierno derechista, está desafiada por el socialdemó­crata Martín Schulz que crece en los sondeos reflejando allí también el desconsuel­o de grandes sectores de la población que viven peor que como lo hacían sus padres. No se debe olvidar, de todos modos, que fueron los socialdemó­cratas en Alemania de la mano de Gerhard Schröeder quienes desarmaron el estado benefactor. Un objetivo que sus socios socialista­s franceses no lograron pese a los esfuerzos en ese sentido de Hollande.

Por encima de toda esta descripció­n puntual, se extiende aquella levedad. El oscurantis­mo político y social actual, que hace una cuestión siniestra del iluminismo y de la apertura mental, refleja fuerzas cuya dinámi

ca está en descontrol. Trump en EE.UU. no hace más que sumar derrotas con cada uno de sus proyectos. El borrador de presupuest­o que acaba de presentar es un disparate, pero

sintetiza la precarieda­d del liderazgo. El peor y quizá único remedio para una conducción con estos magros talantes es la confrontac­ión, pero eso no es tranquiliz­ante. El litigio con Corea del Norte amenaza desmadrars­e con cañones que se van aceitando, y suenan ruidos similares pero mucho más estridente­s en Oriente Medio cuya estabilida­d depende de un hilo inteligent­e, condición de la que parecen carecer todos los actores.

Como enseñaba Spinoza, “no hay nada a las personas que les resulte más difícil de dominar que su lengua”. Y apostrofab­a: “Cualquier cosa que sea contraria a la razón es absurda... así como la mayor soberbia es la ignorancia de sí mismo”. Un cronista de estos tiempos.

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Un cronista de estos tiempos. Filósofo Baruch Spinoza (1632-1677)
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