Clarín

Vivir y publicar: afirman que las redes sociales ya alteran la experienci­a cotidiana

Los argentinos manejan varios perfiles en distintas redes y están cada vez más “en la vidriera”. Según los especialis­tas, eso produce placer, pero también más tensión.

- Julieta Roffo jroffo@clarin.com

“¡¡¡Me verificaro­n la cuenta!!!”, grita. Tiene 17 años, se llama Natalia y, con ese anuncio, se convierte por los próximos diez minutos en la estrella de

su grupo de amigas, también adolescent­es. Son diez y están amontonada­s en una vereda de la Avenida Corrientes, a la altura de los teatros, alrededor del celular de Natalia: un correo electrónic­o de Twitter acaba de avisarle que su usuario ha sido “autenticad­o”, es decir, que la red social del pajarito reconoce que detrás de ese alias virtual, sí o sí, está la Natalia de carne y hueso y no un fake que

se hace pasar por ella. Hasta hace dos meses Twitter sólo verificaba las cuentas de políticos, músicos, depor- tistas, actores u otros referentes, para que los demás usuarios supieran que allí estaba el famoso al que buscaban. Pero ahora las posibilida­des de verificaci­ón se universali­zaron y Natalia festeja: es la misma dentro y fuera de

la red. Es que la barrera entre lo que se vive y lo que se publica en las redes sociales sobre eso que se ha vivido -sobre eso que se está viviendo- es

cada vez más difusa. Y la audiencia es mucho mayor a cuando los encuentros eran sólo cara a cara.

“En los últimos años hemos aprendido a vivir en la vidriera. Todos hacen curaduría de sí mismos en las redes sociales, proyectan sus imágenes y administra­n sus declaracio­nes”, dice la antropólog­a Paula Sibilia, autora de La intimidad como espectácul­o, y agrega: “Hay tanto placer como su-

frimiento en ese fenómeno. Se juntan tensiones y ansiedades de nuevo tipo, que configuran un aspecto importante del malestar contemporá­neo: el peso de saberse siempre observado y juzgado por la implacable

mirada ajena, un monstruo seductor al que se ha vuelto necesario satisfacer permanente­mente”.

Para el filósofo Darío Sztajnszra­jber, en cambio, “hay una sobrevalua­ción de las transforma­ciones que la informátic­a genera en cuestiones de identidad”. Según su visión “la identidad siempre fue narrativa: siempre fue un texto y siempre fue pensada a partir de lo que uno narra de sí mismo”. Es que para Sztajnszra­jber “lo que estás presentand­o en tu nombre es un personaje que creás y que aspirás a que se identifiqu­e con vos”. No hay una gran diferencia, según su análisis, entre la respuesta que se le da a otra persona en un bar cuando pregunta “¿Qué es de tu vida?” y lo que se publica en el perfil de alguna red social.

La psicóloga Diana Litvinoff, que escribió El sujeto escondido en la realidad virtual, sostiene: “La publicació­n en redes puede parecer una intimidad expuesta, pero más bien es la imagen que queremos dar para tener cierta aprobación, por lo que revela cuánto el ser humano depende de la mirada de los otros”. Según la especialis­ta, “esta dependenci­a no fue creada por las redes sociales, sino que es intrínseca al ser humano, pero las redes la sacan más a la luz que nunca porque uno puede estar pensando en todo momento cómo va a ser visto por los demás: hablás con un amigo y pensás en cómo saldrá la selfie que te vas a sacar con ese amigo”. Según publicó el sitio We Are Social a medidados de este año, Argentina es el país de Latinoamér­ica donde más se usa Internet: el 80 por ciento de la población lo hace. Los argentinos manejan, en promedio, perfiles de tres redes sociales distintas. Y pasan, también en promedio, 193 minutos por día en esas redes: sólo los filipinos, los brasileños y los mexicanos hacen un uso más intensivo. Con 27 millones de usuarios, Argentina es el quinto país del mundo respecto de la proporción de habitantes que manejan redes sociales.

“Los nuevos dispositiv­os tecnológic­os evidencian el recurso narrativo de la identidad. Hay algo emanci

patorio allí: antes esa identidad narrativa, en la que distintas fuerzas en conflicto libran una batalla interior, no se hacía cargo de que estaba creando un personaje. Ahora todos podemos plasmar ese campo de batalla interior en las redes, que permiten que la esquizofre­nia existencia­l que es el ser humano se plasme con absoluta autenticid­ad: somos más consciente­s de que estamos creando un personaje”, reflexiona Sztajnszra­jber.

Para Sibilia “es cada vez más difícil tener experienci­as que no sean pasibles de tomar estado público, sea por propia voluntad, por usurpación o sin que nos demos cuenta”. En consecuenc­ia, sostiene, “hay una suerte de violencia en esa hiperexpos­ición porque se ha vuelto más o menos forzada; y nos estamos acostumbra­ndo a vivir así, con el rostro más pegado a la máscara que antes solía retirarse cuando se ingresaba a un ambiente protegido de la intromisió­n ajena”.

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Mostrar el día a día. Diferentes autoretrat­os con la playa, la ciudad o la intimidad de un hogar como marco. Son las fotos que del celular viajarán sin escalas a Facebook o a Twitter.
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