Clarín

Contemplar la triste agonía de un amor

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

La espera había sido larga, pero una vez conseguido el taxi, todo parecía augurar un viaje agradable, al reparo de los 32 grados a la sombra. Se acomodó en el asiento y se dispuso a leer el rato que durara el trayecto. De repente una voz de hombre, ronca y afónica , la obligó a abandonar la lectura. “Lo pensé mucho, y creo que es lo mejor para los dos. Te quiero y sé que te voy a querer toda la vida. Sos mi gran amor. Esto no es culpa de nadie más; solamente vos y yo somos responsabl­es. Te dejo en libertad, te dejo para que puedas seguir adelante con tu vida. Espero que seas muy feliz... Es lo mejor que puedo hacer”.

En ese preciso momento el taxista se volvió hacia su pasajera, preguntand­o qué calle prefería que tomara: la 9 de Julio no estaba tan despejada como podía esperarse un sábado a esa hora. La mujer debió hacer un esfuerzo para prestar atención a lo que le decía. No podía apartar el pen- samiento de ese relato que acababa de escuchar, máxime porque en ese instante cayó en la cuenta de que la voz del testimonio era la del hombre. El había enviado ese mensaje a través de su celular, y no cesaba ahora de reproducir­lo.

A los pocos minutos, el teléfono emitió un breve sonido: una voz de mujer, entre sollozos, parecía aceptar la separación propuesta. El taxi llegó a destino. Conmovida todavía, la mujer se bajó del auto en que un amor agonizaba.

Se preguntó si habría vuelta atrás para ese final tan anunciado y si unas cuadras más de viaje le hubieran permitido adivinar la respuesta. Probableme­nte no: pocas cosas hay más inciertas que una historia de amor.

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