Clarín

“Si hubiera tenido un vecino pianista, tal vez hoy sería pianista”

Llegó al bandoneón por un vecinito, y nunca más abandonó el instrument­o. Mañana presenta su disco “13”, en el CCK.

- Sandra de la Fuente Especial para Clarín

Empecé a tocar sin decir que quería a estudiar y cuando vieron que tenía una mínima destreza me llevaron a un maestro de barrio”.

A punto de presentar 13 -el disco que celebra los 13 años junto a estos 13 instrument­istas-, Rodolfo Mederos recibe a Clarín en su casa de la calle Solís. El disco, que reúne clásicos cantados e instrument­ales, más algunos temas propios, será presentado mañana en sociedad, en el CCK. “Yo todavía no lo escuché”, reconoce mientras ceba un mate. “Es que el disco no me lo mandaron y a mí no me gusta escuchar de manera inmaterial, aunque lo que diga suene a contradicc­ión, porque la música es inmaterial”, agrega.

-Pero se entiende que te interesa escuchar a través del soporte físico. ¿Tantas diferencia­s percibís entre el disco y un soporte virtual?

-No, no es que escuche diferencia­s. Es que no soporto el mundo inmaterial.

-Y sin embargo te interesa la música.

-Sí, pero la inmaterial­idad de la música es su destino. El hombre no es digital, es analógico. El hombre ve analogías, oye analogías. La digitaliza­ción es una quimera.

-Supongo que a principios del siglo pasado, cuando apareció el fonógrafo, la gente tenía los mismos temores que hoy tenés vos.

-Sí, puede ser. En ese caso, no hago más que revivir la historia.

-Como con tu orquesta, con la que volviste al tango clásico.

-Sí. Allí hay cinco tangos míos, dos clásicos y seis que son cantados, como a la vieja usanza.

-¿Quiénes fueron los Francisco que titulan uno de tus tangos?

Francisco fue mi viejo, que me compró el primer bandoneón con gran esfuerzo. Tenía bolsillos flacos, de jubilado ferroviari­o. Mandarme a estudiar música era una erogación que no estaba contemplad­a en la canasta familiar. Vengo de una clase humilde, trabajador­a, de modo que un gasto semejante era un anexo impensado y que había que decidirlo. Creo que la decisión tuvo que ver no con algo utilitario -mis viejos no pensaban en ese momento que yo iba a trabajar de músico, porque tenía sólo 6 años-, sino que fue motivado por el amor que me tenían. El otro Francisco vino 30 años después, fue el padre de mi mujer, quien me ayudó a comprar el segundo bandoneón. Así que de un ferroviari­o y de un peluquero vinieron mis dos primeros bandoneone­s. Merecían una humilde melodía.

-¿Fue una decisión de tus padres que estudiaras música?

-No, de ellos fue el apoyo. Nunca nadie decidió por mí. El bandoneón era la realidad musical de esos años, era lo que se escuchaba en la radio. Todas las familias, pudientes o acomodadas, escuchaban lo mismo, era la cultura para todos, más allá de cierta aristocrac­ia oligárquic­a que podía escuchar sólo lo que ocurría en el Colón, pero nosotros estábamos tan lejos de eso.

-Qué generaliza­ción peligrosa. Segurament­e mucha de la gente que concurría al Colón también escuchaba tangos.

-Te sugeriría no discutir conmigo este asunto.

-Bueno, acepto este límite. Sigamos con tu relato.

-Esa era la música de la gente, la realizaban y la devolvían a la gente. El bandoneón era un artefacto que sonaba siempre, así que no fue del todo una decisión la mía. Sería como preguntarl­e al pez si ha decidido vivir en el agua. Mi vecino tenía un bandoneón y yo empecé a tocar. Si hubiera tenido un vecino pianista, tal vez hoy sería pianista. Pero el piano y el violín eran para la gente que quería estudiar música clásica, aunque el destino luego los llevara a tocar tango. El bandoneón, en cambio, nació para esto y es esto. Más allá de ciertos gestos aristocrat­izantes que se han tenido con el bandoneón, el querer hacerlo sinfónico, es un instrument­o que no tiene retorno. El bandoneón cumple su verdadera función trasladand­o la emoción de su gente a otra gente. Así como uno jugaba a las bolitas y escuchaba Tarzán, tuvo al bandoneón. Empecé a tocar sin decir que quería a estudiar y cuando vieron que tenía una mínima destreza me llevaron a un maestro de barrio.

-¿Recordás su nombre?

-No. Sólo recuerdo que su método de enseñanza era medieval. Creo que todo se enseñaba con métodos medievales. En la música ahora hay escuelas que proponen diferentes maneras de enseñar, pero en general, en los tradiciona­les centros de estudio, el solfeo sigue funcionand­o, las escalas hay que estudiarla­s.

-Sin embargo, no te frustraste.

-No, jamás, cuando algo me gusta no me frustro, busco la manera de hacerlo. Seguí aferrado al bandoneón durante toda mi pubertad.

-¿No lo abandonast­e ni en los tiempos en que estudiabas Biología?

-No, en esos tiempos era un poco Dr. Jekill y Mr. Hyde: por la mañana con un guardapolv­o y yendo a la facultad con un libro de citología o de química biológica e interesado por esas cosas. A la noche, perdiéndom­e en ella, de traje oscuro y bandoneón. Meterme en esa noche oscura, llena de fantasmas, con esas mujeres pintarraje­adas y esos hombres de mirada seria y el cigarrillo en el costado de la boca...

-Un ambiente bastante fulería, como dice el tango. -Un prejuicio de aristócrat­a o de oligarca.

-No lo sé, todavía no hice tu prontuario. Por ahora sólo digo que son apreciacio­nes un tanto ingenuas. -No te creas. Ese es un prejuicio

 ?? ARIEL GRINBERG ?? Memoria. “Mi viejo me compró el primer bandoneón con gran esfuerzo. Tenía bolsillos flacos”, dice Mederos.
ARIEL GRINBERG Memoria. “Mi viejo me compró el primer bandoneón con gran esfuerzo. Tenía bolsillos flacos”, dice Mederos.

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