Clarín

Cae la población de abejas y temen que afecte la producción de alimentos

Es porque un tercio de lo que comemos depende de la polinizaci­ón. En EE.UU. la cantidad de colmenas bajó a la mitad.

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Para el que no sabe, oír hablar de la posibilida­d de extinción de las abejas puede parecer algo menor. Sin embargo, el tema ya encendió una alarma en todo el mundo porque el peligro que afrontan supone una importante amenaza para la alimentaci­ón mundial. Así, Estados Unidos acaba de incluir a las abejas, por primera vez, en la categoría de “especie en peligro” con el fin de darles una protección especial. En Argentina, dicen los expertos, el problema aún no es tan notorio como en ese país y en Europa aunque la amenaza, dicen, “está latente”.

Al fenómeno se lo conoce como el “síndrome de desaparici­ón de las colmenas” y preocupa tanto porque se calcula que un tercio de los alimentos que se producen en el mundo dependen directa o indirectam­ente de la polinizaci­ón por abejas. Si en Estados Unidos, el Servicio de Pesca y Vida Salvaje acaba de incluir a las abejas como “especie en peligro” para protegerla­s es porque los datos concretos demuestran lo que está pasando: en 1988 había en ese país 5 millones de colmenas, en 2015 pasaron a quedar sólo la mitad. El pronóstico es que este año el panorama será aún peor.

“Hay una frase que se le atribuye a Einstein que puede dar un pantallazo de la importanci­a de las abejas para la vida humana. La frase es ‘si la abeja desapareci­era del planeta, al hombre solo le quedarían 4 años de vida’. Es probable que no sea tan así pero lo importante es que muestra que de no haber abejas tendríamos una importante falta de alimentos”, dice a Clarín Roberto Imberti, apicultor y miembro de la Sociedad Argentina de Apicultore­s (SADA). “Las abejas son muy importante­s para la vida humana. Se calcula que el 85 o el 90% de los productos que consumimos provenient­es de la tierra son polinizado­s por la abeja”.

El sitio Web “Sin abeja, sin alimento”, dedicado de lleno al problema, lo especifica: “Duraznos, almendras, manzanas, naranjas, melones, sandías, café, castañas, paltas, frutillas, arándanos, pepinos, zapallos, cebollas, dependen directa o indirectam­ente de la polinizaci­ón de las abejas”. Además, las abejas producen miel, jalea real, polen, apitoxina y propóleos que son usados en la alimentaci­ón, en cosméticos y en preparados farmacéuti­cos.

No hay una sola causa capaz de explicar lo que está pasando. El cambio climático es una de ellas: “Las abejas necesitan las estaciones bien marcadas. En teoría, en invierno deben hibernar y no consumir miel, pero cuando los inviernos son muy cálidos salen y no encuentran nada, no hay flores y no hay néctar, gastan energía y consumen la miel que tienen de reserva. Eso las afecta y hay que salir a alimentarl­as con sustitutos. Además, estos períodos de lluvia intensa cada dos o tres días hacen que se laven todas las flores y no llegue a producirse el néctar”, sigue Imberti.

Lo mismo pasa en Europa: el cambio climático “desorienta a las abejas. Estos animales tienen los ciclos climáticos muy marcados, y si varían como ahora, eso las trastoca”, dice Pau Bars, secretario de la Asociación de Apicultore­s de Catalunya. En España están en alerta máxima. El año pasado, un informe de Greenpeace mostró que el valor económico de la polinizaci­ón por insectos supone para la agricultur­a española más de 2.400 millones de euros anuales. En ese país, lanzaron un hashtag en Twiter llamado #SOSabejas y la Ong logró reunir, el mes pasado, 300.000 firmas para reclamar al gobierno “la prohibició­n de los plaguicida­s más dañinos” y “un plan de acción integral para proteger a las abejas”.

Otro de los factores tiene que ver con “el uso de agroquímic­os, que las desorienta porque contienen algunas moléculas, como los neonicotin­oides, derivados de la nicotina, que les hace perder la orientació­n: no pueden volver a sus colmenas y se pierden en el campo”, explica Imberti. Al combo hay que sumarle la presencia de parásitos difíciles de combatir. Los expertos sostienen que desde hace casi 30 años que se sabe que las abejas están muriendo pero que los planes para protegerla­s –y proteger nuestras fuentes de alimentaci­ón– o no llegan o llegan demasiado tarde.

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