Horacio Salgán Un artista eterno y único
El genial pianista, compositor y arreglador cumple hoy cien años. Será homenajeado con varios conciertos.
“No quiero ser el gran vanguardista ni el gran creador. Hago las cosas a mi manera y sin pretensiones. No le quiero ganar a nadie. Le puedo dar un ejemplo. He llegado a actuar en el Teatro Colón, lo cual para mí representa una honra tremenda. Pero no era una meta mía. Yo nunca dije: ‘Ah, cómo me gustaría llegar al Colón.’ Yo dije siempre: ‘Ah, cómo me gustaría tocar bien el piano’.”
Así de simple, respondía Horacio Salgán a Clarín en abril de 2000, acerca de si pensaba o no, en aque- llos días, en la posteridad. En sintonía con el perfil que trazó a lo largo de casi 90 de los 100 años que cumple hoy, dedicados a la música en su condición de pianista, compositor, arreglador, director, orquestador y, sobre todo, eterno enriquecedor y jerarquizador del tango.
“Papá (Adolfo Cecilio) era empleado del ministerio de Guerra y tocaba de oído la guitarra y el piano. Mamá (Emma Méndez) también era muy predispuesta para la música. De allí que no fuera extraña mi inclinación por el piano, ya en los años en que cursaba el ciclo primario”, contó alguna vez el músico, que se definía como “de barrio y también de barro, porque las calles estaban aún sin asfaltar”.
El estudio sistemático llegó cuando tenía “ocho o nueve años”. Primero en un conservatorio de barrio, en Caballito, más adelante con Pedro Rubbione, Vicente Scaramuzza y Raúl Spivak, entre otros. La academia mano a mano con “el boliche”, escenario, según sus propias palabras, “de las hazañas de aquellos italianos diestros en arrancar melodías a las verduleras, evocando su tierra natal”.
Dos mundos, el de la academia y el del bar de bochas y quiniela, tamizado por el tango, la música cotidiana de aquellos tiempos en los que, con apenas 14 a cuesta, comenzó a musicalizar las películas mudas proyectadas en el Cine Universal, en Villa Devoto, y las ceremonias religiosas en la Iglesia San Antonio, en el mismo barrio.
Ambos, escalones previos a su paso por el sexteto de Elvino Vardaro y la orquesta de Juan Caló, y a su ingreso, en 1936, a la orquesta de Roberto Firpo y, consecuentemente al universo tanguero, en el que de a poco le daría forma a su propia constelación.
Con su propia orquesta primero -con Edmundo Rivero como cantor-, a partir de 1944; con el Quinteto Real -junto a Enrique Mario Francini, Pedro Laurenz, Ubaldo De Lío y Rafael Ferro- desde 1960, y a dúo con De Lío más adelante, Salgán trazó un estilo propio, marcado por un obsesivo cuidado por los arreglos a la vez que por una saludable libertad en la interpretación. “Cuando me dediqué a hacer tango, traté de olvidarme de todo lo que había aprendido académicamente”, confesó en 1985.
Acaso radique allí su falta de apego al rol de director orquestal, que su hijo César grafica con didáctica sencillez: “Como él tocaba el piano como duplicando lo que hacía la orquesta, decía que no hacía falta más que dos o tres pasadas de cada tema para que sus músicos entendieran por dónde tenían que ir.”
En todo caso, antes de llegar a ese punto, su idea del sonido que buscaba ya lo había sentido en sus manos,
A mí me parece que uno tiene que buscar superarse. Y más en un arte.” He asumido el compromiso de tocar todo lo que escribo. Sería injusto dejarles el problema a los demás.” La base del asunto es la inspiración. Sin inspiración no hay nada.” Empecé a componer porque en un momento se habían acabado los tangos que me gustaba tocar.”
a juzgar por la conexión que establecía con su instrumento. “El piano es especial porque es un instrumento madre, que cuando uno lo toca, si tiene imaginación, puede sentir que tiene una orquesta en sus manos”, decía unos seis años atrás.
De esa sensibilidad nacieron originales como Don Agustín Bardi, Entre tango y tango y su hit, A fuego lento, o su Oratorio Carlos Gardel; del mismo modo que se enriquecieron centenas de piezas de otros compositores, de Fuegos artificiales a La cumparsita, aunque con los pies siempre dentro del plato. “Yo no intenté renovar nada. En los casi 400 arreglos que hice a lo largo de mi carrera siempre respeté escrupulosamente la obra del compositor”, explicó alguna vez a Clarín.
Suficiente para que su arte fuera admirado por figuras de diferentes géneros, de Daniel Barenboim a Wynton Marsalis, de Jean Claude Thibaudet a Gidon Kremer; para que tuviera su espacio en el Lincoln Center, en el Colón y en otros grandes escenarios del mundo, y que ganase el respeto de cada generación de músicos que le sucedió.
Aún de aquéllas que ya no tuvieron la posibilidad de verlo sobre los escenarios, que abandonó -excepto por alguna aparición circunstancialen 2002, dejando un legado inspirador. Y una -entre muchas otrascabal definición de su manera de pensar: “Si cuando escuchamos una cosa no sabemos si es un tango o no es un tango, es porque evidentemente, no es un tango. Pero puede ser una obra hermosa.”