Clarín

El no tan extraño caso de las elecciones españolas Panorama internacio­nal

- Marcelo Cantelmi mcamtelmi@clarin.com tatacantel­mi

Sin olvidar todavía la crisis económica y social que no termina de cerrarse, la gente votó con astucia, obligando a los partidos políticos a respetar la voz de todos.

En un sentido lineal el resultado tan endiablado de las elecciones en España indicaría que allí la

gente votó con una rara astucia. Dividió el país en cuatro porciones no equivalent­es con tal arte que ese diseño, a partir de ahora, hace imposible a la clase política ignorar la totalidad de las voces. El costo de esa arquitectu­ra es una dificultad sin precedente­s para formar gobierno porque esta nueva realidad requeriría de alianzas jamás previstas. ¿Qué ocurrió para este desenlace?

Una primera dimensión a observar son las propias elecciones que abrieron una caja de sorpresas. El conservado­r Partido Popular, en el poder, logró el mayor caudal de votos y 123 bancas, pero con un recorte espectacul­ar con relación a las 186 que cosechó en 2011, y muy distante hoy de la mayoría absoluta de 176 escaños. El votante parecería haber reconocido el liderazgo pero amputándol­e suficiente­s cuotas de po

der como para limitar y casi fulminar su autonomía. Por la misma inercia, el PSOE quedó segundo con 90 asientos resignando, también, una pérdida gruesa de veinte representa­ntes respecto a aquel comicio de hace cuatro años. Ese desarrollo establece otra curiosidad: los socialista­s, más debilitado­s que los populares, quedaron sin embargo en el umbral para intentar llegar al gobierno si encallan sus rivales. No perder de vista que estas formacione­s del clásico bipartidis­mo español sumaban hace cuatro años 73% del voto nacional hoy representa­n apenas el 50%.

En la segunda línea de este ajedrez, se enfila Podemos, la organizaci­ón de centroizqu­ierda de Pablo Iglesias que resume un fuerte crecimient­o en un muy corto lapso para convertirs­e con 21% del voto en la tercera fuerza en el Congreso. No fue magia. Es la consecuenc­ia de correrse cada vez

más al centro para ampliar su base y archivar las banderas originales de revoleos revolucion­arios. Finalmente, la cuarta porción de esta pizza es el partido liberal Ciudadanos (14%), un desprendim­iento del PP que si algo comparte con Podemos es el repudio a la desgastant­e corrupción en las agrupacion­es tradiciona­les, especialme­nte en la oficialist­a y el amiguismo como clave del ascenso político.

Una segunda dimen-

sión es lo que hizo posible un fallo

popular de estas caracterís­ticas. España, es cierto, volvió a crecer este año 3% después de contraerse 4% entre 2010 y 2013. Pero ese avance se logró al costo de una marcada concentrac­ión del in

greso. El experiment­o del presidente Mariano Rajoy mejoró las cifras fiscales y la competitiv­idad española avanzando sobre el legado del Estado benefactor. El programa recortó ayudas sociales, de salud, educación y jubilacion­es además de empeorar las condicione­s laborales. La desocupaci­ón se redujo aunque aún se mantiene en torno al 21% general y 56% entre los universita­rios recién recibidos. Pero, además, el empleo que repunta es temporal, con contratos por hora o por temporadas y el que cae es de jornada completa con beneficios y derechos. La gente acepta estas condicione­s de precarieda­d porque en el país hay dos millones de hogares con todos sus miembros desocupado­s. Cuando vota lo hace presionada por ese universo cotidiano.

En la historia política de España, tras la muerte de Francisco Franco y la apertura democrátic­a, socialista­s y populares se turnaron coronando cada uno a su tiempo la expectativ­a de cambio y el castigo de los votantes. Esta vez y debido a la profundida­d de la crisis económica, social y también política por la corrupción rampante, el mosaico estalló del modo

descripto. La muerte del bipartidis­mo agregó la disolución del progresism­o o lo que por comodidad se suele denominar con alguna exageració­n izquierda, fenómeno que se extiende por Europa.

Podemos es un caso muy claro de estas formas de realismo. La formación na-

ció en 2014 pegada a un manifiesto que llamaba a España a abandonar la OTAN, donde la introdujo el legendario socialista Felipe González, y disponer auditorías ciudadanas sobre las deudas fiscales. También, la nacionaliz­ación al estilo chavista de empresas y bancos; la baja de la edad jubilatori­a y el aumento progresivo de las pensiones. Toda esa barahúnda ideológica le permitió posicionar­se como vocero de la frustració­n en el pico de la crisis nacional. Esa formulació­n mostró pronto sus límites. Aliado natural de la coalición radical griega Syriza, Podemos fue uno de los pocos partidos de esa vereda que apoyó sin dudar al premier Alexis Tsipras después que, en la misma senda que Rajoy, aplicó uno de los mayores ajustes de la historia de Grecia. Debe recordarse que Tsipras lo hizo ignorando el rechazo de la población en un referéndum sobre la austeridad que él mismo había convocado. Iglesias resumió esa notable cabriola sosteniend­o que “el gobierno griego hizo la única cosa que podía hacer y la estabilida­d ha ganado”. Con ese pragmatism­o no es raro que Podemos se describa hoy a si mismo como “ni de izquierdas ni de derechas”.

Lo que importa aquí, sin embargo, no es el aparente enredo principist­a de esa organizaci­ón, sino el hecho notorio de que la disputa política en España se ha atomizado en formas mas o menos intensas pero de una formulació­n común. Por lo tanto, no es la ideología sino las

matemática­s y los intereses lo que podría obrar el milagro de armar gobierno. Pero tampoco hay mucho de eso. Una alianza al estilo Die Grosse Koalition alemana entre socialista­s y populares fracasó al segundo de ser planteada. El PSOE no podría hacerlo porque dejaría el espacio libre para la consolidac­ión de Podemos como la alternativ­a social demócrata que es lo que busca Iglesias.

Rajoy sólo podría repetir gobierno, si los otros partidos se abstienen de modo de investirlo porque cada nueva ronda de votación reduce la mayoría necesaria. Pero seria un barco en una tormenta. Con poco más de 28% del voto, difícilmen­te sobrevivir­ía a cualquier crisis que lo desafíe. Los números en cambio darían para que el PSOE acuerde con Podemos, Izquierda Unida y los vascos del PNV. Pero en ese caso la apuesta de los eventuales socios del socialismo sería menos la victoria que el fracaso de semejante coalición para cargarse al mismo tiempo a uno y otro de los partidos tradiciona­les. Este tren puede finalizar casi probableme­nte en el llamado a nuevas elecciones. Pero ahí el panorama también es oscuro. Otra votación puede tanto reconstrui­r el bipartidis­mo como profundiza­r la atomizació­n. En cualquier caso, al no modificars­e las causas de estos vientos, España acabaría en un torbellino político interminab­le que, como señalo de

The Economist con exagerada ironía, en tanto el presupuest­o esté votado “no sería tan terrible como suena”.

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Mariano Rajoy, jefe de Gobierno y candidato del PP.
Líder con poder amputado. Mariano Rajoy, jefe de Gobierno y candidato del PP.
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