En el pueblo de la tragedia, pocas chances de hallar sobrevivientes
Lo dijo el gobernador de Minas Gerais. Son 13 trabajadores del embalse y otras 15 personas de la zona.
“Nada vive, nada crecerá”. La frase, dicha al azar, repicó en los oídos de quienes contemplaban ayer desde la vera del camino la tragedia ocurrida un kilómetro abajo. Algunos eran curiosos, muchos exhibían la credencial de periodistas y unos terceros, más tristes y discretos, buscaban identificar qué había sobrado de la villa Bento Rodrigues desaparecida el jueves bajo una avalancha de lodo. Después de echarle un vistazo desde su helicóptero, el gobernador de Minas Gerais Fernando Pimentel no se ilusionó: “Hay pocas expectativas de encontrar con vida a los trabajadores que estaban en el embalse en el momento del accidente”. Son 13 en total. Y a ellos se les suman 15 personas que vivían en el pueblito arrastrado por la avalancha.
Tal vez con el deseo de ser menos sombrío, Pimentel concluyó: “Quién sabe todavía se pueda localizar a alguien que escapó de la tragedia y quedó perdido en las vecindades. Pero a medida que pasa el tiempo, la esperanza disminuye”. Para el gobernador, “la desgracia hubiera sido gigantesca de haberse roto el dique durante la noche: muchos más hubieran muerto”. Entre los 28 brasileños que desaparecieron el jueves por la tarde hay cinco chicos de entre 1 y 5 años de edad. Quienes lograron salir con vida, permanecen alojados ahora en hoteles de Mariana, la ciudad histórica que dista 20 kilómetros del lugar del accidente.
Desde un peñasco, arriba de la montaña que ladea el valle donde fue el epicentro de la catástrofe, la visión era desoladora: por allí se divisaba el techo de una casa y las paredes de una cuantas; fue todo lo que quedó del alud. Grupos especializados en rescate debajo de escombros procuraban ayer identificar un cuerpo (o partes). Pero no encontraron ni rastros de cadáveres. Hasta anoche había hallado apenas a dos que estaban a una distancia significativa del poblado: más de 20 kilómetros. Debieron ser arrastrados por el río Doce, que recibió toneladas de barro.
Para los habitantes de Bento, “esta era una tragedia anunciada”. A esta enviada le dijeron que la empresa había consultado a la asociación vecinal para montar nuevos embalses donde depositar los desechos del beneficio del mineral de hierro. “Venían a pedirnos autorización, porque precisaban de nuestra anuencia”, comentó Amaro, uno de los moradores. “Todo ese monte que usted ve ahí pertenece a la minera Samarco. Fue comprando las haciendas del lugar”, contó, mientras apuntaba con un ademán a las laderas de las montañas cercanas. En 2008, Samarco inauguró esa represa conocida como Fundao, donde pudo verter los desperdicios generados por la explotación de dos yacimientos: Alegría y Germano.
Pero a la compañía, controlada por partes iguales por la brasileña Vale y la australiana BHP Billiton –dos gigantes en el mercado internacional de minerales— no se le ocurrió que podría colocar alarmas sonoras para alertar a los habitantes de Bento ante un accidente. Recién ayer, y a pedido de los equipos de rescate, la empresa decidió colocarlas en lugares estratégicos.
Para defenderse del los juicios que podrán lloverle, Samarco afirma que cumplió con toda la legislación en procedimientos de emergencia y que las normas no les exigían la instalación de alertas. “No se si el número de víctimas fue mayor por la ausencia de sirenas. Pero es evidentes que se precisan ese tipo de equipamientos” reflexionó, en forma tardía, el gobernador Pimentel. Negó, también, que puedan haber existido fallas en la fiscalización de las condiciones del embalse.
El actual senador y ex gobernador Aécio Neves, del partido opositor al de Pimentel, hizo también su propio sobrevuelo sobre el barrio sepultado: “El accidente es un alerta, hecho de la manera más dramática posible, para que podamos hacer un seguimiento permanente de los otros embalses mineros que hay en las montañas de Minas Gerais”. Como este político gobernó el estado provincial por 8 años, consideró que debía abrir el paraguas: “Nos es hora de apuntar el dedo hacia los culpables. Es hora de que entendamos lo que ocurrió”. La ministra de Derechos Humanos Nilma Lino Gomes voló desde Brasilia para hablar con las casi 600 víctimas del desastre.