Clarín

El cajón ideal para los asados

- Leonardo Torresi ltorresi@clarin.com

Lo mejor para hacer en el conurbano feroz es conseguir cajones para hacer el asado, esa rotunda e indisputad­a pasión nacional. Hay que agarrarlos cuando uno viene de cualquier parte caminando o puede parar el auto también, y aprovecha. Es emotivo porque de golpe el cajón aparece. Otras veces se anticipa como un espejismo o ya una certeza para el ojo entrenado. La faena tiene el agregado del furtivismo si en la intención el captor se deja alterar por la duda: ¿el cajón está tirado para agarrarlo o lo dejaron para que alguien lo pase a buscar y lo reponga lleno? Pero en la noche del conurbano feroz, listo. Si era para que se lo llevara otro, a mí no me viste.

A lo mejor estos cajones representa­n algo más complejo. El preanuncio de la fiesta bovina, como la fiesta igualitari­a de la víspera: todos, al cabo, estamos esperando algo.

De vuelta a la existencia material, constructi­vamente son hermosos; elegantes de estructura, con las maderas vulnerable­s de la base y los laterales. Levedad y rock. Como las mariposas. Demasiado acabados para morir tan rápido. Más compactos, los cajones de la verdulería están concebidos para el trajín. Y las poesías que tienen impresas, con los nombres de las huertas o la identifica­ción de la naves del Mercado Central, verdaderam­ente merecen perdurar.

Pero los que sirven de verdad son los que sacan a la calle las granjas de pollo. La grasa que pegotea los restos de nailon también unta las maderas, las penetra, optimizand­o de esta manera la futura combustión. Esos son los mejores.

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