Clarín

“El humor es una forma de ser libres, aun en una situación que es como una cárcel”

El escritor israelí, que perdió a su hijo en la guerra, reflexiona sobre el lugar del chiste en medio del dolor.

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

Es raro que una entrevista empiece así, pero así empieza esta: nos saludamos, cambiamos cuatro palabras y el entrevista­do, el escritor israelí David Grossman, cuenta un chiste: “Un caballo entra a un bar y pide vodka. El barman le sirve el vodka, él lo toma, pregunta cuánto es, el barman le dice: ‘50 dólares’. El caballo saca la billetera, paga y va para la puerta. El barman lo llama: ‘ey, esperame, esto es sorprenden­te, nunca había visto un caballo que hablara’. Y el caballo, lo mira y le dice: ‘con tus precios, nunca lo vas a volver a ver’.” Y se ríe Grossman. Nos reímos los dos, teléfono mediante, porque es un chiste y así, con una risa, terminan los chistes. No es porque sí que Grossman de repente cuenta chistes por larga distancia. Ya nos hizo llorar con La vida entera, ese libro en el que una mujer lleva a su hijo a una base militar para que vaya a la guerra y después deja su casa, sale a caminar por el país para no estar ahí cuando lleguen los soldados a avisarle que su hijo está muerto. El libro repasa la vida del chico desde chiquito, y uno quiere a ese nene –que ahora es un soldado de un ejército poderoso– y teme por su vida página tras página. Y llora por él y porque sabe que, en la vida real, Grossman estaba escribiend­o ese libro cuando esos soldados tocaron a su puerta. Días antes, Grossman y otros escritores habían sacado una solicitada diciendo que “la acción militar, como tal, aparece ante nuestros ojos justificad­a desde un punto de vista ético” pero pidiendo un cese del fuego. Grossman es una de las voces en Israel que cree que la guerra no se arregla con más guerra, aunque –lo dirá ahora– sigue pensando que en Medio Oriente no aceptan al Estado de Israel y que el país debe seguir siendo militarmen­te fuerte. Si Grossman había hecho llorar con la vida del soldado, hizo llorar más con su muerte. En el siguiente libro, Más

allá del tiempo, los padres del soldado trataban de hacer algo con esa idea imposible. “A él sin su no ser no puedo recordarlo ya”, dice el padre en un momento. Un dolor picapiedra­s. Así que ahora cuenta chistes y una desconfía y está bien que desconfíe. Su nueva novela, Gran Cabaret, es para reírse y para tener un nudo en el estómago. Ahí Dovaleh, un artista de stand up, ha invitado a un viejo conocido a ver su show. Que es gracioso, debe serlo. Pero a medida que habla, Dovaleh va contando una parte de su vida. Habla de su padre, que se ganaba la vida de todas las maneras. De su madre, una sobrevivie­nte del Holocausto que –la frase más impactante del libro– “Siempre iba con la cabeza gacha y el pañuelo de la cabeza cubriéndol­e la cara, no fuera a ser que alguien la viera, y pegada a las vallas y a los muros para que nadie fuera a contarle a Dios que seguía con vida”. En fin, que al niño Dovaleh le va mal, los chicos lo maltratan y para escapar de esa vida... camina con las manos. Anda al revés y lo molestan menos. La novela da un giro cuando, ya adolescent­e, está con sus compañeros en un campamento del ejército y lo vienen a buscar: tiene que llegar a un entierro, alguien murió. Pero no sabe quién. No hay muchas posibilida­des: es su padre o es su madre, pero no se lo dicen. La mitad del libro será ese viaje. Y cómo el chico “elige” en su cabeza quién es el muerto. –En hebreo el libro se llama distinto, Un caballo entra a un bar. –Es como empieza una famosa serie de chistes. Mucha gente me manda chistes en los que un caballo entra a un bar y me piden que los introduzca en la próxima edición. Claro que cada chiste acá fue elegido según lo que pasaba en la historia, no son sólo chistes, es literatura.

–¿Usted es de contar chistes? –Para nada. Yo recuerdo tres, cuatro chistes, nada más, y normalment­e no los cuento.

–¿Cómo los reunió? –Algunos los inventé, pero muchos… Si prestas atención te das cuenta de que la gente cuenta chistes todo el tiempo y empezás a preguntart­e por el lugar del chiste en nuestra vida. Yo nunca me pararía con usted en una esquina y empezaría a cantarle un aria. Pero sí le contaría un chiste, incluso sin avisarle que lo voy a hacer. Digo … “Un cristiano, un musulmán y un judío van en un avión”, y la gente ya sabe que es un chiste –Un tipo de comunicaci­ón cristaliza­da, ya se sabe qué va a pasar. –Sabés que te va a gustar, que te vas a reír. Este libro trata de decir algo sobre cómo el humor es una forma de ser libres en una situación que es como una cárcel. Personal o colectiva.

La idea del arte es hacer que la gente mire hacia donde preferiría no mirar. Y hacer que se comprometa con eso. Cuando uno cambia de punto de vista deja de estar sofocado por una situación. Incluso ante un terrible hecho personal o nacional la gente es graciosa.

–Dovaleh hace chistes bravos. –Hace stand up, tiene que mantener a la audiencia atenta. Si no les gusta, lo chiflan o se van. –Los escritores la tienen más fácil, usted también tiene que seducir, pero no lo van a chiflar. –Claro, la seducción está en la escritura. Y en nuestro trabajo hay algo de lo que hace Dovaleh: atraer a los lectores y contarles una historia que no es fácil de seguir. Muchos de sus oyentes se van. Pero siempre habrá algunos, la minoría, que se va a quedar, que va a leer el libro, que va a ver la película que es dolorosa, que no va a tener miedo de mirar la herida. Normalment­e ignoramos la herida. Porque estamos cansados, porque ya vimos tantas heridas… Así que nos volvemos indiferent­es. La idea del arte es hacer que la gente mire hacia donde preferiría no mirar. Y hacer que se comprometa con eso. Cuando estamos comprometi­dos con el dolor del otro, nuestro lugar en el mundo cambia.

–¿Cómo? –Te volvés consciente de lo que hacés, de las palabras que usás, de la manipulaci­ón de otra gente, de la manipulaci­ón del gobierno o del ejército, de tu propio miedo. –Dovaleh hace un chiste muy feo, comparando a los palestinos con el cáncer… –No, no entendiste. El se queja de cómo los medios occidental­es juzgan a Israel. Entonces dice: incluso si Israel encuentra un remedio para el cáncer, habrá voces contra esos remedios... –En la idea de que todo el mundo está contra Israel... –Sí, pero Dovaleh se ríe de todos, de la izquierda, de la derecha, de verdad no tiene Dios. No habla de los palestinos, habla de la hipocresía del mundo que acusará a Israel de erradicar el cáncer en lugar de negociar con él o tratar de entenderlo. –En su primera cita, su mujer lo llevó a un cabaret donde se hacían chistes políticos. ¿Qué tiene que ver ese cabaret con este? –¡Es verdad! No pensé en eso hasta ahora. Me llevó a un cabaret muy satírico, en contra de la ocupación (israelí de territorio­s palestinos), en contra del ejército. Yo venía de una familia más conservado­ra que la de ella. Para mí fue el comienzo de un largo proceso de educación, para entender que había gente que veía nuestra realidad con ojos tan diferentes, los ojos de la izquierda, y que realmente creían en esa opción. Fue un proceso doloroso hasta que me pareció que esa manera de entender el mundo me iba mejor. Que era la manera en que yo quería ser. –Su educación de izquierda empezó en un cabaret...

–Fue el cabaret y mi esposa. –Usted dijo que de libro a libro encuentra diferentes maneras de contar la misma historia. ¿Cuál es? –Espero contar dos o tres historias, no sólo una. Una es acerca de gente normal que vive en una situación que no lo es. Y cómo encuentran una manera de seguir siendo seres humanos en una realidad cruel y brutal como la de Medio Oriente. Siempre me interesa el lugar que tiene la muerte en la vida. No sólo a partir de la pérdida de mi hijo Uri. En el único lugar donde pueden coexistir la vida y su pérdida es en el arte. –¿No es un libro sobre las maneras de superar el dolor? –No creo que nunca pueda superar mi dolor. En vez de eso, busco una manera de hacer mi vida productiva, el dolor pesa todos los días. Escribir, crear personajes que pelean en la vida, que son graciosos, sexy, quiero tocar la vida todo lo que pueda y una parte de tocar la vida es tocar el dolor. No se lo puede negar. –Dovaleh se escapa del mundo mirándolo al revés. ¿Qué se ve cuando estás parado sobre tus manos? –Todo se ve al revés. Aquí, lo que quise fue hacer concreto algo abstracto, el cambio de punto de vista. Cuando alguien cambia de punto de vista deja de estar sofocado por una situación. Incluso en una terrible situación personal o nacional la gente es graciosa, ingeniosa. Incluso en el Holocausto había maneras de reformular la situación, de dejar de sentirse víctimas. –Es una idea política de la novela: ahora miremos esto de esta otra manera. –Es no estar atrapado en un lugar. A veces hay un mito nacional, el mito de la víctima, como el mito de Masada, donde un general heroico hace suicidar a todos: está tan idealizado y es un mito terrible. Tenemos que revisar los cuentos que nos contamos, los privados y los colectivos.

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Paz. El escritor es una de las voces de Israel que cree que la guerra no se arregla con más guerra.

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