Clarín

Por el uso excesivo, las máquinas se rompen más y faltan repuestos

Cada año se reemplazan 4 mil cajeros. Aunque su vida útil es de 7 años, se están deterioran­do en un plazo de 3 o 4.

- Martín Grosz

Llegar al cajero y que esté sin efectivo es sólo una parte de los problemas que sufren los 30 millones de usuarios de tarjetas. El otro contratiem­po cada vez más habitual es que las máquinas estén fuera de servicio, rotas o trabadas. O, peor, que fallen en medio de la operación y obliguen a reclamar. En ambos casos, la causa es que las máquinas, traídas del exterior, no están pensadas para dar tantos billetes. Y acá, de la mano de la inflación, se deterioran en tiempo récord.

En condicione­s normales, la vida útil de un cajero es de 6 o 7 años, dicen en los bancos. Pero en la Argentina, se los está cambiando al cuarto año, o incluso al tercero. Los aparatos más exigidos –precisan– están haciendo más de 10 mil operacione­s al mes, cuando lo común sería la mitad. En cada una, además, la gente saca el triple de

papeles que en otros países. Así, según Quantum Finanzas, ahora se reemplazan 4 mil cajeros por año, y no los 2.800 que deberían renovarse con un uso más normal.

“Los cajeros quedan fuera de servicio con más frecuencia, ya sea por falta de billetes o por problemas técnicos”, confirman en el Banco Ciudad, pese a que dicen trabajar arduamente para prevenirlo. “El mayor uso –añaden– hace que sus componente­s se deterioren más rápido y que su vida útil se acorte”.

“El uso intensivo desgasta las piezas más sensibles. La que más sufre es el dispensado­r, que controla y entrega los billetes, porque trabaja forzado y sin descanso. También se rompen las ‘caseteras’, donde se almacenan los billetes, porque se las llena al máximo casi todos los días”, detallan en otra entidad.

Como si fuera poco, en cinco bancos confirman que, en los últimos meses, los arreglos se demoraron por la falta de respuestos debido a las trabas a las importacio­nes. La situación fue tal que algunos bancos, en emergencia, debieron “canibaliza­rse”. “Llegamos a mandar cajeros viejos a depósito para desarmarlo­s y poder arreglar el resto”, revelan. Aunque afirman que hoy, negociacio­nes mediante, el tema está “en vías de resolverse”.

“Son variados los efectos negativos de esta situación –reflexiona­n en otro banco, de los más grandes del país–. Se generan mayores costos, se alargan los tiempos de transacció­n y se resta capacidad en los autoservic­ios. A la vez, billetes viejos o en mal estado traban los aparatos y eso genera pérdidas de tiempo para el cliente y para los empleados que deben resolverlo”.

En Capital y Provincia, donde está el 52,4% de los cajeros, las roturas y la falta de billetes hacen que el usuario deba caminar algunas cuadras más. Pero en el interior, donde hay pueblos con sólo uno o dos bancos, encontrar otro aparato puede exigir recorrer kilómetros.

“Esas reparacion­es –comenta otra fuente del sector– demoran varios días porque el técnico debe viajar desde la ciudad grande más cercana, y muchas veces el repuesto hay que llevarlo desde Capital. Y si se quedan sin plata, el camión de caudales también tarda más en llegar. En esos puntos, cada rotura es un verdadero dolor de cabeza”.

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ADRASTI Escena repetida. Un cajero fuera de servicio, ayer, en Barracas.
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