Clarín

El gol en contra de Ramón

- Ricardo Roa rroa@clarin.com

Díaz alabó a la barrabrava de River como un tiro por elevación contra la Directiva del club. Ayer pidió disculpas y dijo que se confundió. No convenció a nadie.

Ramón Díaz no aprendió River por correspond­encia. Entró al club cuando tenía 9 años. Conoce cada rincón del Monumental y a los personajes del Monumental como pocos y como pocos sabe distinguir a los hinchas de los barrabrava­s. Dijo el domingo, después del triunfo ante Rafaela: “Hay que agradecerl­e a toda la gente y principalm­ente a Los Borrachos del Tablón, porque fueron ellos los que motivaron a todo el mundo”. Dijo ayer, después del escándalo que se armó con su elogio a los violentos: “Quise decir la popular y dije Los Borrachos del Tablón. Pido disculpas al hincha, a los dirigentes, a todo el mundo” (pág. 45).

No siempre Díaz fue el astuto declarante que es hoy, experto en picardías y provocacio­nes. Sus palabras sobre los barrabrava­s no fueron inocentes. Dijo que ellos “motivaron” y que por eso merecen gratitud, lo que es decir que sin ellos la motivación hubiera sido menor o no hubiera existido o, peor, que al lado de los violentos, los hinchas valen poco.

Díaz no dijo lo que dijo en caliente o apremiado por algún periodista: tenía su discurso preparado. Sabía bien a que blanco apuntar. Fue al terminar una semana en la que la Comisión Directiva con la que tiene una fría relación había comenzado a discutir si lo mantendrá al frente del equipo y además decidió tomar más distancia de la barra a la que Ramón piropeó, por decirlo de una manera suave.

Hace quince días, tres jefes de la barra, Martín Araujo, Héctor Godoy y Gustavo Luzzi, fueron detenidos en el estacionam­iento con 280 carnets y armas blancas.

El técnico puede decir que se equivocó y pedir disculpas. No puede pedir que le creamos cuando dice que confundió a los hinchas con Los Borrachos del Tablón. En escuchas por la investigac­ión de las entradas truchas, su propio hijo Emiliano fue grabado conversand­o con Araujo. “Mi papá quiere conocerlos”, le dice, “así arreglamos todo”. Más sorpresa aún causó otra grabación donde aparece Diego Ro-

dríguez, hermano de la ministra de Seguridad y ex dirigente del club. Campagnoli, el fiscal a cargo de la investigac­ión, es el mismo al que el Gobierno desplazó de la causa por lavado de dinero kirchneris­ta.

A nadie le interesa menos el fútbol que a los barrabrava­s. Son grupos mafiosos y marginales que controlan la hinchada y que hacen toda clase de negocios con el poder que eso les da. Les sacan plata a jugadores y directivos, venden entradas que consiguen bajo presión, explotan quioscos y estacionam­ientos y suelen alquilar su know how de grupo de choque a funcionari­os, políticos y sindicalis­tas. Una cadena de impunidad.

El fútbol es una celebració­n desinteres­ada, los barras son patotas que se aprovechan del fútbol y que impiden a los hinchas disfrutar del fútbol. Legitimar a los violentos, darles patente, agradecerl­es, alabarlos es como entregarle­s el fútbol. Nada más ni nada menos.

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