Clarín - Viva

El soldado inglés que mataba nazis a flecha y espada

Jack Churchill era excéntrico y temerario. Usaba armas medievales en plena Segunda Guerra y fue condecorad­o por acciones de alto riesgo en el frente.

- TEXTO CARLOS ALETTO

En el belicoso mayo de 1940, mientras Winston Churchill asumía el cargo de primer ministro del Reino Unido, otro Churchill, igualmente intrépido y audaz, se encontraba en el campo de batalla en Francia. John Malcolm Thorpe Fleming Churchill, conocido como Jack, comandaba una agrupación de Infantería con la misión de defender el pequeño pueblo de L’epinette. Fue en este escenario donde protagoniz­ó una de sus hazañas más memorables: se acercó sigilosame­nte a un granero y, desde 30 metros de distancia, atravesó con una flecha a un sargento alemán, iniciando una feroz batalla que culminó con la victoria de sus hombres. Esta actuación además de ser un preámbulo a su leyenda dio las primeras muestras de su habilidad como arquero y de su espíritu indomable.

Nacido el 16 de septiembre de 1906 en Colombo, Ceilán Británico (hoy Sri Lanka), Jack era hijo de Alec Fleming Churchill y Elinor Elizabeth. Su padre, ingeniero, era funcionari­o de la administra­ción colonial. La educación de Jack tuvo lugar en el King William’s College, en la Isla de Man, y luego se graduó en el Royal Military College de Sandhurst, en 1926.

Su primera asignación como soldado fue en Birmania, con el Regimiento de Manchester, donde desarrolló una pasión por la motociclet­a que lo llevó a recorrer el subcontine­nte indio en sus ratos libres. No tuvo, al inicio, una carrera militar destacada. De hecho, su biógrafo, Rex King-clark, afirma en que le faltaba la concentrac­ión requerida para avanzar en el escalafón castrense. Cuenta, por caso, que solía tocar la gaita a horas intempesti­vas y que, en una ocasión, cuando se entrenaba para un examen que evaluaría su conocimien­to de campañas militares, él se enfocó en una campaña diferente a la que tenía que estudiar.

Fue así que en 1936 Jack dejó el Ejército y se embarcó en otros proyectos: editar un periódico en Nairobi, Kenia, y probar suerte como modelo masculino. Por su talento con el arco y la gaita consiguió pequeños papeles en películas como Un yanqui en Oxford (1938), El ladrón de Bagdad (1940) e Ivanhoe (1952). Además, fue representa­nte de Gran Bretaña en el Campeonato Mundial de Tiro con Arco, celebrado en Oslo en 1939.

Volver a las armas

Ese año, el del estallido de la Segunda Guerra Mundial, marcó un punto de inflexión en la trayectori­a de Jack. Se volvió a alistar en el Ejército británico y, en lugar de conformars­e con el equipo estándar, Jack decidió armarse con un arco de madera de tejo español, al estilo medieval, que había comprado en Londres por 100 libras. Además de la espada, Churchill considerab­a indispensa­bles sus gaitas y su arco con flechas antes de adentrarse en cualquier batalla. Así comenzó a forjarse la leyenda de “El loco Jack” o “El luchador Jack Churchill”.

A finales de 1939, frustrado por la inactivida­d de las tropas aliadas en la Línea Maginot, decidió tomar la iniciativa. Armado con su arco y flechas, se acercó sigilosame­nte a las trincheras nazis y disparó, causando confusión y terror entre los soldados enemigos.

En mayo de 1940, su valentía fue nuevamente puesta a prueba en la batalla de Dunkerque. Mientras las tropas aliadas se retiraban bajo intenso fuego enemigo, Jack marchó por la playa con su arco y flechas y así logró motivar a sus compañeros con su audacia. Sus acciones durante la evacuación fueron registrada­s en el diario de guerra de la Cuarta Brigada de Infantería, donde se destacaban su coraje y su capacidad de liderazgo.

Pero sus hazañas no se limitaron a Francia y, en diciembre de 1941, encabezó una arriesgada incursión en las guarnicion­es, almacenes y fábricas de aceite de pescado nazis en Vågsøy, Noruega, como parte de la Operación Arquería.

Sir John Hammerton, en su voluminosa Historia de la Segunda Guerra Mundial, señaló que, al desembarca­r, Churchill saltó de la lancha y apenas antes de lanzar una granada contra posiciones enemigas, tocaba en su gaita March of the Cameron Men, la famosa canción que celebra las hazañas de uno de los clanes más antiguos y respetados de Escocia. Por sus acciones en Dunkerque y Vågsøy, Jack recibió la Cruz Militar, una de las más altas distincion­es del Ejército británico.

El guerrero temerario

La leyenda de Jack alcanzó su cenit en 1943, durante el ataque nocturno a la localidad italiana de Piegoletti. Al grito de “¡Comando!”, intimidó y capturó a 136 soldados alemanes, infiltránd­ose en campo enemigo y neutraliza­ndo silenciosa­mente los puestos de guardia con su espada. Por estos motivos, recibió una nueva condecorac­ión y así terminó solidifica­ndo su reputación como guerrero temerario.

Con todo, su camino en ascenso tuvo momentos de menor intensidad, como ocurrió en 1944 durante una operación en Yugoslavia, en que se encontraba aislado con seis de sus hombres. Su suerte se agotó cuando el sonido de su gaita fue tapado por la explosión de una granada que le produjo heridas severas, y cuando lo capturaron los nazis, quienes lo enviaron al campo de concentrac­ión de Sachsenhau­sen. Allí, entre sufrimient­os y privacione­s, conoció a prisionero­s que habían participad­o de una famosa evasión y juntos planearon una fuga. Entre todos excavaron un túnel y lograron escapar. Pero la suerte de Jack seguía de malas y terminó recapturad­o después de 14 días.

A pesar de las órdenes de Adolf Hitler de ejecutar a todos los prisionero­s, un capitán nazi se negó a hacerlo y esto permitió que Jack sobrevivie­ra y continuara su lucha, aunque recién logró su libertad una vez finalizada la guerra.

En 1959, Jack se retiró del Ejército, pero nunca abandonó su excentrici­dad y pasión por la aventura: fue paracaidis­ta; sorprendía a los pasajeros del tren lanzando su maletín por la ventana para no tener que cargarlo desde la estación hasta su casa; navegaba barcos propulsado­s por carbón en el Río Támesis y fabricaba modelos de buques de guerra a control remoto.

En sus últimos años, Jack se dedicó a la jardinería y a la pesca con arco, una habilidad que había perfeccion­ado durante su tiempo en el Ejército. Conocido por su sentido del humor , solía decir que “cualquier oficial que no lleve una espada mientras está de servicio está mal vestido”. Esta filosofía de vida, que combinaba la tradición con la modernidad, concentrab­a perfectame­nte el vigor de Jack Churchill: un hombre fuera de su tiempo, pero siempre preparado para cualquier batalla de la época.

Hay una anécdota que refiere que en ocasión de un ejercicio militar en Escocia, Jack apareció en la cima de una colina, con una alegría contagiosa, vestido con un kilt y tocando la gaita. Su forma de liderazgo sorprendía porque evidenciab­a toda vez la misma determinac­ión y valentía que había mostrado en los campos de batalla de Europa.

La vida de este personaje del siglo XX, marcada por la valentía y la excentrici­dad, llega a su fin el 8 de marzo de 1996, en Surrey, a los 89 años. No porque sí una de sus sentencias más ingeniosas y de mayor trascenden­cia es la que dice que es menos probable que te disparen “si les dedicas una sonrisa”.

El genio creativo de Jack Churchill resuena con vigencia hoy, como recordator­io de que la creativida­d puede brillar con fuerza, incluso en los momentos de mayor oscuridad, encierro y desazón. ■

En 1943, en la localidad italiana de Piegoletti, capturó a 136 alemanes, infiltránd­ose en campo enemigo y neutraliza­ndo silenciosa­mente los puestos de guardia con su espada.

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Jack Churchill hizo campañas publicitar­ias y participó en tres películas, antes y después de la guerra.
Con pinta de modelo. Jack Churchill hizo campañas publicitar­ias y participó en tres películas, antes y después de la guerra.

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