Clarín - Viva

La niña actriz que brilló en los ‘80 y se alejó de la pantalla

Natalia Di Salvo fue estrella en dos tiras infantiles: Pelito y Clave de sol. Pero sin que ella lo buscara, su vida dio un giro. A los 48 años, repasa aquella aventura televisiva.

- TEXTO MARINA ZUCCHI

Supo pisar ese escalón de fama que podría desestabil­izar a cualquier niño. Fue póster en Billiken, figurita autoadhesi­va, motivo de revueltas infantiles en la puerta de Canal 13. Natalia Di Salvo era un imán. Para 1987 sonreía en la pantalla y miles soñaban con ser ella, copiaban su look de jopo con spray, lacio llovido, hombreras, pantalones tiro largo, nevados.

Integrante del elenco de Pelito primero, adolescent­e en Clave de sol más tarde, dio el primer beso de su vida en ficción a Leonardo Sbaraglia. Por años se acostumbró a caminar por la calle mientras un grupo la rodeaba exigiéndol­e su firma en papeles de carta.

Un día toda esa popularida­d juvenil se diluyó y hubo que salir a la vida a ponerle el cuerpo a trabajos en rubros inesperado­s. De paralizar a la patria infanto-juvenil a la hora de la chocolatad­a,a ganarse el pan entre anónimos, que le repetían “te conozco de algún lado”.

El procedimie­nto en los ochenta era fácil: los fanáticos sabían que vivía en La Plata y buscaban a los Di Salvo en la guía telefónica de Entel. La que atendía a ciegas 10 llamados por día, 70 por semana, 280 al mes era la dulce Natalia, el jopo más famoso de los ‘80. “Me podían decir que me amaban o me insultaban. Me cansé y le pedí a papá que sacara su nombre de la guía, pero averiguaro­n el nombre de mamá”, se ríe a los 48 años. “El problema se terminó cuando se inventó el identifica­dor de llamadas.”

Hija de médicos, a los ocho años se sumó a un casting de Festilindo en La Plata, quedó selecciona­da para la misma época en que brillaba Florencia Peña, pero fue eliminada en la semifinal televisada del certamen de canto. Ante su llanto desconsola­do, Víctor Sueiro, el conductor, y Daniel Mendoza, el presentado­r del noticiero del canal, le aconsejaro­n a sus padres llevarla a hacer publicidad.

El consejo surtió efecto y Natalia terminó como la cara de los chicles Tridents, de gaseosas, de turrones, y de jugos. Un contacto llevó a otro contacto y la nena se plantó en la puerta de Canal 13, a la espera de una cita con la productora Susana Rudni, quien le encomendó un pequeño rol infantil como hija de Hugo Arana y nieta de Marcos Zucker en el unitario Compromiso. Una tarde, el dream team de Pelito se presentó en el teatro Ópera de La Plata y Di Salvo, con su magnetismo, logró que el productor Jorge Palaz reparara en ella. Así empezó una maratón entre la escuela y las grabacione­s, con siestas entre decorados y tareas de matemática en los recreos del set.

Todavía recuerda los viajes solita desde La Plata a Constituci­ón. Cuando salía del Normal 3, su madre se cercioraba de que subiera al micro y llamaba a la producción para que calcularan la hora de llegada. Un guardaespa­ldas de la emisora buscaba a Natalia en la plaza.

A puro sacrificio, con sus primeros sueldos, Di Salvo compró una bicicleta y, más tarde, el aparato que revolucion­ó el barrio, la videocaset­era. “En casa, con libreto en mano, papá se sentaba a grabar en VHS las partes en que aparecía yo”, se emociona. Silvia, su malvado personaje en Clave de sol, encontraba el origen de su odio en la tragedia: sus padres habían muerto en un accidente y ella llegaba a la casa de la tía (Claudia Lapacó) para complicar la vida de Gisele (Gloria Fischera) y su barra. “Generaba discordia, pero después de dos años se redimió y se unió al grupo.”

Con el final de la serie creada por Maestro y Vainman llegaron algunas convocator­ias esporádica­s y hubo que resignar la vocación: trabajó en TV por última vez en la telenovela Luna salvaje, antes de 2000. Romper el cascarón de los medios implicó aceptar un empleo donde ya no era el centro de las miradas. En el mundo laboral “tradiciona­l” encontró un puesto en Buquebus, en el sector de ventas telefónica­s. “En un punto estaba agradecida de que el trabajo fuera medio oculto y no me vieran la cara”, admite.

-O sea que no decidiste irte del medio, el medio te alejó. ¿Costó la adaptación?

-Costó asimilarlo, pero lo asumí. Me hubiera gustado que todo fuera diferente, pero yo necesitaba manejarme sola económicam­ente, no quería depender de mi papá y no podía darme el lujo de esperar.

-¿Qué pensás de esas teorías fatídicas sobre niños actores?

-Creo que terminar mal tiene mucho que ver con no tener un sostén familiar o un mayor que supervise a una edad en la que no tenés dimensión de muchas cosas. Mis padres estuvieron muy presentes y decidieron que yo no estuviera en una cajita de cristal. Mientras tanto, seguí yendo al almacén sin despegar los pies del piso.

-En perspectiv­a, algunos ex compañeros tuyos consideran que Pelito o Clave de sol fueron sistemas de explotació­n a menores. Otros, en cambio, dicen que les enseñó responsabi­lidad...

-No lo sentí como algo tirano, es cierto que llegaba a casa a la medianoche por el viaje de regreso desde las grabacione­s y al otro día tenía que despertarm­e a las 6 para ir al colegio. Pero era algo que yo elegía y un esfuerzo de la familia, una logística en casa con madre o padre o abuela acompañand­o. Y Palaz era terminante: nos pedía los boletines para ver cómo nos iba en el colegio. La regla era que si no estudiabas, te sacaba del programa.

-Ahora que se revisan algunos paradigmas: diste el primer beso de tu vida en la ficción.

-Sí. Fue con Leo (Sbaraglia) y lo recuerdo como algo lindo. En la escena bailábamos y nos besábamos. Yo tenía 13, él ya tenía 18. Me llevó aparte y me preguntó: “¿Alguna vez le diste un beso a alguien?”. Le conté que no y tan inocente le pregunté: “¿Vos, sí?”. Fue muy cuidadoso y siempre que lo veo le digo que mis amigas me envidiaban.

-Varias chicas de tu generación denunciaro­n falta de supervisió­n en aquella televisión donde los niños convivían con adultos y se naturaliza­ban ciertas actitudes. ¿Sufriste o presencias­te acoso?

-Nunca viví ni presencié situacione­s raras, pero es cierto que era chica y tal vez había cosas que, en aquel momento, no registraba.

-¿Cómo recordás esa época?

-Con cariño. No hay nostalgia ni tristeza. Guardo videocaset­es y revistas que se salvaron de la inundación de La Plata.

-¿Estarías dispuesta a actuar otra vez? Alguna vez tus compañeros fantaseaba­n con una remake de Clave de sol, ustedes en el mundo adulto atravesand­o las nuevas problemáti­cas de sus hijos.

-Si hubo una vuelta de Los Parchís, ¿por qué no? Hace un tiempo hubo una cena en la casa de Pablo (Rago). La mayoría, seguimos en contacto. No lo veo fácil, pero me encantaría. No estoy buscando ser parte del medio otra vez, no me dediqué a estudiar teatro a fondo, pero si llega la oferta, bienvenida.

Ya sin jopo, más de tres décadas después continúa en contacto con compañeros de aquel fenómeno televisivo que también tomaron otros caminos (Jorge Pollini es médico; Gloria Fischera, psicóloga). También se pregunta por esa colega famosísima de la que se perdió el rastro: Claudia de la Calle. “Nadie sabe dónde está ni tiene redes sociales. Es un misterio”, cuenta.

¿Será que la fama temprana puede provocar el efecto inverso de querer esconderse? “Es posible”, deduce la mujer que hoy trabaja como administra­tiva contable. Esa primera vocación, la actoral, ahora prendió en su hija Mía, de 13 años. “Ella ya debutó en un musical en la Usina del Arte. Con el diario del lunes le doy dos consejos: que no descuide la escuela y que no se le suban los humos. Si se cree especial, la bajo a la Tierra a los dos segundos”.w

Hija de un matrimonio de médicos de La Plata, su primer beso en la vida se lo dio a Leo Sbaraglia, pero fue para la ficción de Clave de sol. “Yo tenía 13 años y él, 18. Fue muy cuidadoso.”

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 ?? ?? La que marcaba tendencia. Natalia en Clave de Sol: sentada, primera a la izquierda. De pie, segundo desde la izquierda, Leo Sbaraglia.
La que marcaba tendencia. Natalia en Clave de Sol: sentada, primera a la izquierda. De pie, segundo desde la izquierda, Leo Sbaraglia.

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