Martin Blaszko: cómo ver la obra de un maestro de la forma
Una muestra reúne piezas históricas del artista. Aquí, un recorrido guiado por su propia hija.
Una pequeña y preciosa muestra del escultor Martin Blaszko (Berlín, 1920Buenos Aires, 2011) se expone actualmente en el original y deslumbrante espacio de la galería Calvaresi. Llamada Martin Blaszko. Una armonía con el cosmos, la exhibición –curada por María José Herrera– está formada por obras pertenecientes a tres momentos diferentes de la vida del artista: el primero, vinculado a lo Madí; el segundo, al trabajo en bronce; el tercero, a sus últimos años de vida, con livianas estructuras llenas de color realizadas en aluminio.
Blaszko comenzó a ganarse la vida como artista tardíamente, casi a los 60 años. En realidad, tuvo una peletería sobre la calle Cabrera 4033 y su casa en el mismo sitio que su taller. Un dato curioso: el escultor hacía que toda su familia participara en la producción y proceso de las obras que iba creando. La única hija viva del escultor, Susana, así lo cuenta: “Mi padre siempre estaba haciendo obras, hasta cuatro horas antes de morirse estuvo pintando. Nunca estaba quieto. Cuando era chica, en la cocina preparábamos el yeso con el agua para hacer los casquetes para las esculturas”, recuerda. “También ayudábamos, junto a mi hermana y mi mamá, a ponerles color a sus trabajos: pasábamos ácido con el pincel, limpiábamos las esculturas con limón… Toda la familia colaboraba”, detalla.
Llegó a la Argentina de pequeño, en 1939, junto a su padre, su madre y hermanos, y luego de haber tenido que huir de su Berlín natal hacia Polonia primero, y luego hacia París. Sin embargo, cuando los Blaszko llegaron al puerto de Buenos Aires no los dejaban entrar: “En ese momento, no querían que vinieran familias judías a vivir al país, contaba mi papá”, recuerda Susana. Pero en Retiro, Miguel, el padre del artista, escuchó gente hablando en alemán e ídish. Se acercó y les preguntó qué hacer. “Sigan en tren hasta Bolivia, por ahora es mejor así”, le contestaron. Así que la familia Blaszko siguió su travesía hacia el norte, pero decidieron un cambio y se bajaron en Tucumán. Allí comenzó a trabajar como asistente en una peletería. Después, el artista se instala en Buenos Aires, en donde conoce a su esposa y tiene sus hijas, en Almagro.
Ahora, en la galería de la calle Defensa, su obra ofrece estímulos a los sentidos: están esos primeros bronces Madí, angulosos, inesperados, lúdicos. Plenos de un imaginario vinculado a lo utópico, al universo, a la maravilla espacial, a la conquista de los sueños y de las construcciones imposibles, con títulos como La fuerza, Constelación, Conquista espacial, 1, 2, 3… Infinito.
“Cada cambio de elementos en la composición nos revelará algo de las luchas que tienen lugar en la cabeza y en el corazón del escultor”, escribió el artista en 1970. “Las líneas, las luces, los volúmenes y los espacios nos darán en sus distintas posiciones y comparando contrastes, pautas referentes a las fuerzas psíquicas que inquietan al autor”. Y aquí surge un elemento fundamental en Blaszko: la “fuerza psíquica” que hace que la creación exista, que las fuerzas imaginen, que el mundo se mueva.
La segunda sección de la muestra “está prácticamente organizada de forma cronológica”, explica Herrera. Y agrega: “Se relaciona con sus bronces, vinculados, de alguna forma, a la cabeza de Balzac hecha por Rodin”.
La hija recuerda de esta etapa de su padre escultor el uso de la arcilla y la especial presión y detalles que Blaszko iba ejecutando sobre ella a través de sus dedos. Estos gestos, estas huellas, son visibles en los tres bajorrelieves que integran este sector y en “El eterno femenino”, de 1977.
Las líneas de luz y de sombra que generan los volúmenes, los planos, y las entradas y salidas, también se relacionan con esas máscaras africanas que Blaszko tanto admiraba. Cuenta Susana que a veces su padre utilizaba perchas de madera, para ir armando la escultura original, y luego rellenaba algunos planos con arcilla puesta con las manos, dejando las marcas de sus dedos.
Pero si hay obras que llaman la atención y deslumbran son aquellas que están pintadas de colores vivos: rojos, amarillos, azules, blancos… Con un mayor despliegue espacial, creadas en aluminio, estos trabajos responden a la búsqueda de una mayor pureza de las formas; a la incorporación de mayores espacios entre las líneas-fuerza de las esculturas; a una sensación general de ligereza y menor peso: es otro tipo de “vacío” espacial. Estas obras fueron realizadas luego del fallecimiento de la esposa de Blaszko, cuando sintió que debía cambiar su búsqueda. Así también cambió su carácter, que se hizo más “liviano”. Alas, El vuelo y la maravillosa Estructura dinámica (creada en 1959 con una reedición de 2002), dan cuenta de listones de metal ensamblados, formando cuerpos, tornillos y direcciones hacia lo alto.
“La misión del arte es lograr el equilibrio del hombre frente a un mundo hostil, lejano y ajeno, así como establecer un acuerdo entre el hombre y la naturaleza”, decía Blaszko. El arte como bisagra de salvación, y la imaginación como escudo ante la oscuridad y agresividad del mundo: es posible percibirlo en estas obras, llenas de color, de luz, diagonales, fuerzas dinámicas y vitalidad: llenas de juegos vitales, de humor y amor.