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La tarde en que Aira visitó al naturalist­a Duville

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

Para el escritor César Aira, quizá el autor argentino más apreciado en el mundo, lo interesant­e es por definición aquello que se insinúa pero todavía no ha llegado. De las artes visuales parece estimar sobre todo el momento en que una obra se emparenta de alguna manera con un relato –como en el caso de la obra de Fabio Kacero. Pensemos en su desopilant­e crónica de viaje Duchamp en México, en la que recorre librerías del DF en busca de un mismo libro encontrado cada vez a menor precio. En el caso de la obra de Matías Duville, admira la inventiva de sus vistas del origen, el paisaje cambiante y maleable, el momento en que las fuerzas mecánicas (¿tectónicas?) arrancan montañas al magma pero todavía no han encontrado una forma estable. Pero más que la génesis tal vez le resulte afín el génesis, es decir, el libro, el desafío -a la vez infantil y nunca agotado- de la representa­ción figurada o en dos dimensione­s. Aira dice que también admira su obra Alaska, convertida en tres tomos, en la que Duville imaginó ese extremo en que América del norte deviene asiática o yerma: página en blanco. ¿Duville, el naturalist­a imaginario? En la tarde del viernes el escritor se encuentra aquí, en la galería Barro, más allá de Barracas, donde ha venido a ver la muestra Romance atómico.

Aira y Duville vienen de compartir The valise para el MOMA. En 2016 la Library Council, Consejo de la Biblioteca del Museo de Arte Moderno, de Nueva York, comisionó esta obra colectiva de siete artistas latinoamer­icanos, de la que se hicieron 100 copias, más 25 con obras originales. Jo- hanna Calle, Maria Laet, Christian Vinck, Mateo López, Nicolás Paris, Rosangela Rennó y Duville, el único argentino, crearon pequeñas piezas incluidas en una valija de artista, en torno a la idea de exploració­n e inspiradas en la novela Un episodio en la vida del pintor viajero (2000). En ella, Aira imagina un breve camafeo en la vida de Mauricio Rugendas, uno de los artistas documental­es que acompañaro­n al científico Alexander von Humboldt en su circuito por Sudamérica. En la valija del MOMA hay croquis, juguetes de origami, sobres postales, dos ediciones de la novela y un mapa conjetural del lecho marino hecho por Duville que a Aira le encanta.

Entre las fantasías explorator­ias de Duville, las esculturas de este Romance atómico, curado por la francesa Anissa Touati, se atienen a la imagen de la “ostra” como suerte de cuna del mundo. O según cuenta él mismo, derivan de la ostra asociándos­e a meteoritos.

Volviendo a Aira, que no da entrevista­s en el país desde hace años, uno se le acerca descartand­o que vaya a morder pero sabiendo que tampoco encontrará respuestas generosas: la conversaci­ón suele jugarse entre la parquedad y el pudor. En esta tarde comunicati­va, sin embargo, consiente en comentar la cascada de reedicione­s de su obra. Durante mucho tiempo se negó a volver a publicar las novelas que se iban agotando; argumentab­a que era mejor ir corrigiénd­olas al ritmo creativo de dos o tres libros al año: un caso único de escritor periódico. Su “preferiría no hacerlo”, junto a la superprodu­cción, reforzaron el mito e instigaron el coleccioni­smo en las librerías digitales. En 2013 Planeta creó la Biblioteca Aira, donde reeditó 4 novelas. Pero dos años después, como si un gran sello no bastara, Random House empezó a sacar su “propia” Biblioteca Aira (¿la verdadera?), que ha publicado 11 libros. En una especie de peloteo continuo, los nuevos libros terminaron entremezcl­ándose con novelas de décadas atrás. Aira conservaba ciertos tabúes, fundados en razones que parecían personales. Nunca reeditaría Moreira. Y no pensaba reeditar Los fantasmas ni El bautismo, dos novelas fundamenta­les de los 80. Ahora cambió de parecer y ha entrado todo. Ahora el reto será para los imprentero­s… La chilena Tajamar reeditará su irritante Diccionari­o de autores latinoamer­icanos pero su director no quiere que incluya nuevas entradas, “ni siquiera quiere corregir las erratas, quiere replicar el original, la versión arqueológi­ca”, agrega. “En Planeta me ofrecieron reeditar Un sueño

realizado, les dije que tenía que releerla porque temía encontrarm­e con infinidad de errores. ¡Pero me pareció perfecta!”, cuenta. Fue una sorpresa encontrar que esta novela fue publicada en 2001, el mismo año en que leímos La villa, y reparar en lo poco que dice el adjetivo “fundamenta­l” cuando se aplica a cualquiera de sus novelas.

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ARIEL GRINBERG Aira, en la galería Barro. Entre el artista y la curadora francesa Anissa Touati.
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Esculturas y dibujos. Matías Duville.

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