Entre la agitación y los eufemismos
A estas horas se ultima la carta pública de un grupo integrado por historiadores -afines al gobierno kirchnerista y de izquierda-, que repudia la política de derechos humanos que “desde diciembre de 2015” no ha dejado de ejercer “las más diversas formas de descalificación, negación o relativización” sobre “el conocimiento acumulado y probado durante décadas” sobre la represión militar. Con el título “Frente a la banalización del terrorismo de Estado y los derechos humanos”, afirman que este accionar “facilitó la emergencia de voces que en distintos medios defienden y reivindican el terrorismo de Estado”. La exasperación del repudio, sin embargo, hace ponderar lo contrario; evidencia hasta qué punto la historiografía, salvo pocas excepciones, todavía elude la indagación en los 70, entregando ese objeto a la investigación periodística y al género breve e impresionista de la columna de opinión.
En el campo de los derechos humanos, basta contrastar la abrumadora producción de estudios sobre la represión, frente a unas pocas obras sobre la historia de la insurrección civil. En las últimas décadas, de hecho, las referencias en la reflexión sobre la lucha armada suelen aparecer veladas -y trivializadas- por un lenguaje eufemístico y romantizado. Basta reparar en la fórmula “juventud maravillosa”, con que se caracterizaba a los montoneros. Rodolfo Walsh y Héctor Oesterheld no eran militantes sino guerrilleros, como tal se definían: eso no los hace menos víctimas de tortura y vuelos de la muerte. Sortear los protocolos del lenguaje, vitales en el pasado, no implica negacionismo, mientras el Estado garantice el estatuto de la palabra “víctima” a los desaparecidos. La carta de los jóvenes historiadores se enmarca en la manifestación del 24 de marzo y puede leerse como correlato del video que el domingo dio la vuelta a las redes, desde Infobae. En cierto momento esa tarde se leyó un mensaje reivindicando agrupaciones diversas que, en un período de décadas, protagonizaron desde hitos de la resistencia sindical de los 60, bajo dictadura, con la lucha de los años 70, en democracia. En una enumeración ecléctica, evocó “las luchas de los ingenios azucareros, las Ligas Agrarias, el Cordobazo y Rosariazo, el Peronismo Revolucionario, Montoneros, FAP, Sacerdotes por el Tercer Mundo y FAL, la tradición guevarista del PRT, ERP, PCR y PST (etc)”. En ella se buscaba reconfigurar el mismo trayecto invocado en los 70 para brindar un único recorrido histórico a la insurgencia, allí donde había discontinuidades y falta de consenso. Quienes asistieron a las pugnas dentro de ese mapa de grupos recuerdan sus divergencias irreconciliables en materia de análisis político y estrategia el debate sobre si se debía confrontar en el ámbito urbano como sabotaje, o bien con la guerra popular prolongada, al estilo Vietnam. En rigor, el Cordobazo estaba más cerca del espíritu del Mayo 68 y la radicalización sindical y estudiantil en Italia, que del guevarismo. Así, la reivindicación del 24/3 no enunciaba el panorama real de los 70 sino que, a los fines de la agitación, calcó su retórica anacrónica, anunciando un pasado capaz de resetearse, con un horizonte que solo ofrece dictaduras.
Algunos historiadores opuestos a la mencionada carta admiten que el medio siglo de distancia respecto del objeto es una zona de confort. Apuntan que ya han pasado 41 años y detrás de cada sílaba persiste la amenaza de ser tildado de negacionista, lo que contribuye a un corpus almidonado por la corrección política. Uno de ellos lo describe como un “campo minado”: el tema requiere medir cada palabra para no romper las “condiciones de escucha”, que deben generarse con cuidado. “Cada concepto hay que rodearlo de protocolos de no agresión, sin palabras sobrecargadas.” Lo real es que la comunidad universitaria no ha coartado hasta ahora la libertad para abordar estos objetos “inflamables”. Por el contrario, quienes sí lo han hecho, en el campo de los estudios políticos, saben del reconocimiento que les asegura esa originalidad.