EXPORTAR, UNA NECESIDAD DRAMÁTICA
La Argentina es un barco a la deriva, y hasta que no nos pongamos de acuerdo hacia dónde queremos ir, difícilmente salgamos de este letargo que ya lleva décadas.
En el mundo no se discute si exportar es bueno o malo, y mucho menos se considera una tragedia que se incrementen los precios internacionales de su oferta exportadora, teniendo en cuenta la incidencia sobre inversión, producción, empleo, consumo y recaudación.
Ante un aumento en el precio internacional del maíz, y con el argumento de contener su efecto inflacionario, se intervino transitoriamente en su exportación. Pero la realidad es que la incidencia del maíz no es tan relevante en el precio en góndola de las carnes. Intervenir en forma espasmódica un mercado de un producto de exportación, trae a la larga más perjuicios que beneficios.
Argentina, junto a EE.UU., Australia, Nueva Zelanda y Uruguay, es uno de los 5 países en todo el mundo que consume más de 100 kg de carne animal por persona/año. Hoy el argentino come una media de 50 kg de pollo/año, casi la misma cantidad que carne roja, y otros 20 kg de cerdo. En huevos, en los últimos 7 años incrementamos de 230 a 300 unidades/persona/año, ubicándonos como el sexto país en consumo per cápita. En lácteos, cuando FAO recomienda 160 litros de lácteos equivalentes leche per cápita, Argentina está en 200 litros.
Por otro lado, en maíz, somos el cuarto productor y segundo exportador mundial. Y junto con EE.UU. los mayores productores per cápita, más de 1.100 kg/año, con Brasil muy por detrás con 500 kg/año. Si consideramos la producción de grano, con 3.000 kg per cápita (soja, trigo, maíz, arroz, etc.), somos los primeros a nivel mundial.
No hay dudas de la relación de causalidad entre lo primero y lo segundo. Argentina cuenta con estos patrones de consumo alimentario, no justamente por su nivel de renta, sino porque somos eficientes productores y exportadores y por ello podemos adquirirlos a un precio menor que el resto del mundo. El desacople entre precios internos y externos ya existe.
Otro dato es que la Argentina tuvo una evolución favorable en el proceso de eslabonamiento de cadenas agroindustriales. Justamente, el maíz es un componente muy destacable de este entramado productivo. Interrelacionado con la producción de carne roja, pollo, cerdo, huevos, lácteos,aceites y harinas comestibles, biocombustibles y nuevos biomateriales, estos con un gran potencial a futuro. La cadena se completa con bienes de capital, insumos y servicios.
En este sentido, haber duplicado la producción de maíz de 26 millones de toneladas promedio 2008/2015 a los 52 millones de la actualidad, es una muy buena noticia que le da sostenibilidad al desarrollo de esta compleja y competitiva cadena. En el norte del país la producción se triplicó en solo 6 años, fortaleciendo otras actividades, como la ganadera.
Con el cierre de las ventas al exterior del trigo, y luego de ser históricos exportadores del cereal, en el 2016, luego de 43 años, tuvimos que volver a importarlo. Otro efecto adverso de estas medidas es que generan más concentración, pues generalmente terminan desapareciendo los de menor escala. En 2002 había 333.533 establecimientos agropecuarios, y para el 2018, el censo agropecuario registró una caída significativa a 250.881. A pesar de eso, siguen aportando 3,5 millones de empleos.
En 2020, las exportaciones globales tuvieron un retroceso de 5,6%, por el efecto de la pandemia. En la región, Brasil tuvo una caída del 6% y Chile un incremento del 3%. En Argentina las exportaciones cayeron un 15%, agudizando el cierre de la economía. Los pocos casos que aún persisten de economías cerradas no son países exitosos, ni con altos índices de desarrollo, ni con democracias pluralistas. Los mercados nos están mostrando su mejor cara. Sin crédito externo, inversiones foráneas, repatriación, ni moneda confiable, la salida es por las exportaciones, no ya como una opción sino como una ineludible necesidad.