La resistencia local
Alguna vez lo contó un jugador argentino, hoy DT exitoso, recordando su época de pantalones cortos en España: le costaba entender el ánimo con el que casi todos sus compañeros encaraban la visita a un grande. El clima en el ómnibus era el de un grupo orgulloso de ser partenaire de una fiesta ajena, como si una derrota decorosa equivaliera a misión cumplida.
No cuesta mucho imaginar el mismo escenario, hoy por hoy, en las ligas europeas, sobre todo cuandos los grandes juegan en casa y a estadio lleno. Ni siquiera haría falta viajar de incógnito en esos micros: prender la tele y observar la pasividad con la que se encaran muchos de esos encuentros da cuenta de una disparidad que resta morbo y espanta audiencias. En general, gol de Messi y a otra cosa, a menos que importe la cantidad de goles, la coreo del festejo o la improbabilidad de un empate que será en un rato 2-1, 3-1 ó 5-1.
Esa diferencia, previsiblemente acentuada cada año por la disparidad de presupuestos, de ingresos por TV y consecuentemente de súperestrellas, es la que amenaza con desembarcar en el fútbol argentino. Los primeros inidicios marchan
en esa dirección. Hasta ahora, sólo los grandes protagonizaron operaciones significativas, se hable de ventas (Driussi al Zenit, Acuña a Portugal, el pibe de Boca Colidio a la Juve) o de compras (las cuatro de River, Goltz, Espinoza, Gonzalo Rodríguez). Los responsables de la naciente Superliga apuestan a un reparto no tan obsceno del dinero, pero las fórmulas a aplicar son, con matices, importadas de Europa. Asimetrías aseguradas.
Sin embargo, puede haber sorpresas. Invitados descorteses. El último torneo doméstico entregó impactos perdurables. Que lo digan Boca (1-1 con Patronato), River (1-1 con Sarmiento), Independiente (1-1 con Rafaela), Racing (0-2 con Olimpo) o San Lorenzo (0-1 con Aldosivi). Hay algo de orgullo, de prepotencia del jugador argentino, que se combina con árbitros menos permeables y -a no negarlo- con esa impronta que inauguró Grondona en la que hay chances para todos. Sin tanto galáctico y sin propietarios exóticos.
Suena exagerado decir que el “3” de Olimpo no se la dejaría tocar a CR7, con todo respeto por el pibe Pantaleone. Pero está claro que a los poderosos de acá les cuesta más que a los de allá. Puede que les siga costando.