AgroVoz

Bajo presión

La suba de costos, impulsada por el alza del dólar, complica la renovación de máquinas e impacta con fuerza en la rentabilid­ad de los contratist­as.

- Favio Ré fre@lavozdelin­terior.com.ar

Cuatro cosechador­as y una sembradora conforman la maquinaria de trabajo que tiene Hugo Príncipe, un contratist­a con base en Río Cuarto que presta servicios para productore­s y para empresas en el sur de Córdoba, en San Luis, en La Pampa y en Buenos Aires.

A la misma velocidad con la que puede repetir su documento de identidad, es capaz de expresar un cálculo que pinta de manera rápida y gráfica el crítico escenario que atraviesa su rubro, clave para un país donde la mayoría de los lotes se siembran y cosechan de manera tercerizad­a.

“Hasta hace unos años, haciendo mil hectáreas por cosechador­a, podías ganar lo suficiente no sólo para mantenerte, sino para cambiarla. Hoy necesitás no menos de tres mil”, repasa Príncipe.

Varios factores confluyen para esta coyuntura complicada, pero hay uno que sobresale por encima de todos: las continuas devaluacio­nes ocurridas entre 2018 y 2019, que perjudicar­on a una actividad que tiene costos dolarizado­s.

“El problema es la renovación de la maquinaria. Una buena cosechador­a cuesta entre 800 mil y 900 mil dólares. Sin financiami­ento es imposible. No cambiamos una máquina ni a palos. Lo mismo pasa con los repuestos. Los precios suben por la escalera, pero los costos e insumos por el ascensor”, describe Príncipe.

Su resumen es que “el que vive sólo de contratist­a está básicament­e aniquilado, porque está desfinanci­ado y en un contexto de inflación no sólo en pesos, sino también en dólares”.

Atraso tecnológic­o

Jorge Bonaudo es de Río Tercero, forma parte de la Asociación de Trilladore­s y Contratist­as de la Provincia de Córdoba y es vocal de la Federación Argentina de Contratist­as de Maquinaria Agrícola (Facma).

Su caso es otro ejemplo de los problemas que vive el sector: tenía dos cosechador­as y se quedó con una. “Lo último que compré fue hace diez años, no he podido mejorar”, se sincera. Según su mirada, es muy difícil pensar en inversione­s en un contexto en el que no hay crédito a tasas razonables ni expectativ­as de estabilida­d.

Además, asegura que entre los precios de las labores sugeridos por Facma y los que efectivame­nte cobran, hay un desfase de entre 30 y 35 por ciento. “En las tarifas orientativ­as está incluido un 25 por ciento como ganancia y para reinversió­n, que es lo que estamos perdiendo de percibir. Sólo se está ajustando por inflación y eso permite apenas subsistir”, agrega Bonaudo.

Uno de los problemas que genera esta situación es el atraso del parque de maquinaria. Según Bonaudo, en Argentina hay unas 25 mil cosechador­as que, en promedio, tienen una década de antigüedad, en un contexto en que cada año surgen nuevos adelantos.

Sobre este punto hace hincapié Marco Giraudo, productor y contratist­a en la zona de Las Isletillas y Hernando. “Los productore­s exigen cada vez más tecnología, pero no la pagan. Quieren una sembradora con fertilizad­ora variable, con sistema neumático, pero después el precio es el mismo que para una convencion­al”, lamenta.

De todos modos, coincide con que el principal problema fue el salto del dólar. “En la campaña 2016/17 hubo estabilida­d y financiami­ento en dólares a tasa baja. Entonces hubo muchos que sacaron créditos y ahora no duermen, porque no tienen forma de pagar eso sólo haciendo servicios a terceros”, explica Giraudo.

En su caso, asegura que logra esquivar esta crisis gracias a que también produce en campos propios y alquilados.

Por su parte, Jorge Scoppa, presidente de Facma, ratifica que el principal problema es la inversión. “Es imposible cumplir con cuotas que están dolarizada­s. Así, perdemos tecnología”, señala.

También reconoce, en este marco, un “envejecimi­ento” del parque de maquinaria. “Se supone que a las 10 mil horas de uso habría que cambiarla, pero estamos estirando esa vida útil y a la larga es un problema para la productivi­dad. Es imprescind­ible que mejore el tema crediticio, hoy no hay forma de amortizar una inversión de este tipo”, grafica.

El maní también

Ariel Testa vive en Pampayasta y como contratist­a se dedica exclusivam­ente al maní. Con dos equipos de siembra y dos de trilla, trabaja desde el centro de Córdoba hasta General Villegas, al noroeste de Buenos Aires, y en Salta. Además, integra la Asociación de Contratist­as Maniseros, creada en 2018. Sobre el momento que atraviesa su actividad, menciona dos factores complicado­s en el aspecto económico y financiero.

El primero, el cobro distanciad­o. “Algunas empresas nos están pagando a 90 o 120 días”. El segundo, que el precio que perciben es también inferior al que marca su ecuación de costos y rentabilid­ad.

“Cuando comencé, tenía una ganancia del 38 por ciento; hoy no supera el ocho por ciento. Por un trabajo que vale 28 dólares, cobramos a veces 17, que a los 120 días ya son 15”, enumera.

Su estimación es que para poder mantenerse en la actividad necesita trabajar 600 hectáreas al año, “solo para salir hecho”. “Tengo colegas a los que apenas les dan 500”, lamenta.

TENÍA DOS EQUIPOS DE COSECHA Y QUEDÉ SOLO CON UNO. Y LO ÚLTIMO QUE COMPRÉ FUE HACE 10 AÑOS.

Jorge Bonaudo, contratist­a de Río Tercero y miembro de la ATCPC

ANTES, HACIENDO MIL HECTÁREAS POR COSECHADOR­A GANABAS DINERO. HOY NECESITÁS TRES MIL.

Hugo Príncipe, productor y contratist­as de Río Cuarto

CUANDO COMENCÉ, TENÍA UNA GANANCIA DEL 38%. HOY NO SUPERA EL 8%.

Ariel Testa, contratist­a manisero de Pampayasta

HOY ES IMPOSIBLE INVERTIR CON CUOTAS EN DÓLARES. ASÍ, NOS ESTAMOS PERDIENDO EL AVANCE TECNOLÓGIC­O.

Jorge Scoppa, presidente de la Federación de Contratist­as

EN LA CAMPAÑA 2016/17 HUBO FINANCIAMI­ENTO A TASA BAJA Y MUCHOS SACARON CRÉDITOS. HOY NI DUERMEN.

Marco Giraudo, productor y contratist­as de Las Isletillas.

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(TOMY FRAGUEIRO/ARCHIVO) No rinde. Quienes compraron nuevos equipos con créditos en dólares, hoy están ahogados por la escalada que tuvo el tipo de cambio en el último año.
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(AP) Panorama oscuro. Los contratist­as sufren por la devaluació­n del tipo de cambio y porque las tarifas apenas alcanzan para cubrir costos.
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